Hace ya mucho que en las empresas e instituciones se ha ido imponiendo la costumbre de los controles de calidad. No creo ser la única que, en lo más profundo de su corazón, está deseando que esta moda se extienda también a las celebraciones eucarísticas. Me refiero a una especie de evaluación por parte de la feligresía que valorara la calidad y calidez de los sermones de los sacerdotes. Se trataría una especie de “control de calidad” que sería necesario aprobar para continuar, al menos durante una temporada, hablando en las homilías. La ilusión de que, en algún momento, algún obispo nos permita opinar sobre esta cuestión en relación a los curas de su diócesis se me hace especialmente fuerte según lo que escuche, su intensidad y duración.
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Salir corriendo
A modo de ejemplo, no hace mucho que estuve escuchando un cuarto de hora de improperios contra un mundo que se tildaba de “horroroso”, donde todo está “de pánico” y era como para “salir corriendo”. Y, claro, no es que ver los telediarios genere precisamente risa, que los conflictos armados no se multipliquen, que no haya problemáticas como para asustarnos o que la política internacional no dé miedo. Pero, sea como sea, nunca ha sido demasiado cristiana una visión catastrofista de la realidad. De hecho, a pesar del auge que tenía la literatura apocalíptica en el judaísmo del cambio de era, el Apocalipsis de nuestra Biblia es un canto de esperanza, porque el Cordero ha tomado el libro de la historia y ha roto sus siete sellos (cf. Ap 5,6-10), y no un lamento del tipo: “¡hay que ver cómo está todo!”.
Ninguno estamos exentos de la tentación del catastrofismo y de la pérdida de esperanza, pero en creyente celebramos que la Vida, con mayúscula, vence a la muerte, que el pecado no tiene la última palabra y que hemos sido salvados. Confesar la resurrección y alegrarnos con ella no pega demasiado con una forma de contemplar la realidad que no se acaba de creer que el mal ya ha sido derrotado, por más que eso no nos dispense de denunciarlo y enfrentarnos a él. Me da a mí que creer en el Resucitado tiene que ver con no dejarse aturdir por los gritos de lo que no es como debería y reconocer los susurros de la vida haciéndose hueco en medio de las circunstancias, sin ingenuidad pero con la convicción de que estamos en Buenas Manos. Quizá la pregunta sobre cómo miramos la realidad sea una de las que haya que introducir en ese “test de evaluación” para las homilías… y para nosotros mismos.