A diario nos enteramos de problemas como robo organizado de combustible, discriminación a migrantes, deshumanización a trabajadoras domésticas, acoso o abuso sexual y contradicciones entre la libertad y la vida, entre muchos otros. Nos preguntamos cómo llegamos a ese punto y también cómo reencauzar las cosas para bien.
Conversión es cambio de dirección y sin duda un cambio en la dirección correcta. No surge como resultado de presiones externas, sino que es fruto de la reflexión seria y el trabajo interior de cada quien. No se refiere a un vínculo institucional con una iglesia o forma de pensamiento, sino a un compromiso intrapersonal con uno mismo que se traduce en el actuar cotidiano.
La conversión es un ejercicio radical de la interioridad, en el que el practicante reúne certezas y decisiones para pasar de un horizonte común a otro menos transitado, pero notablemente más profundo, amplio y rico. Es posible que el cambio esté en consonancia con el estado anterior y el nuevo estado sea un desarrollo de potencialidades. Pero también es posible que el salto implique dar media-vuelta, repudiando el estado anterior, para seguir la amplitud, riqueza y profundidad recién descubiertas. Cuando esta media-vuelta se da en la esfera de la vida espiritual, es cuando usamos el significado habitual de la conversión (Hch 9, 3-4).
Además, hay diversos tipos de conversiones a partir de las cuales nuestra dinámica humana se potencia y gana plenitud. Lonergan (1998) señala que nuestra capacidad inteligente puede beneficiarse por la conversión intelectual, nuestra libertad por una conversión ética y nuestra apertura a lo ilimitado por la conversión religiosa. En un humanismo pleno, cabrían también conversiones en nuestra solidaridad, organicidad e integración afectiva. Exploremos en esta ocasión las conversiones intelectual y ética.
En el centro de nuestro intelecto
La conversión intelectual es una clarificación radical que permite superar los mitos tenaces y engañosos del relativismo y la inmediatez, y con ello alcanzar la profundidad de la realidad mediada por el significado. Mientras el relativismo afirma la imposibilidad de afirmar la verdad (¡!), el inmediatismo considera que el conocer se limita a la evidencia recibida por los sentidos. La conversión intelectual va más allá y plantea que el conocimiento no solamente es ver, sino además entender, formular, juzgar y creer. El simple acto de leer -este artículo o cualquier cosa- señala la semilla de la conversión intelectual, pues la realidad que busco compartirte es mediada a través de signos-letras, que forman palabras, párrafos, ideas y argumentos. Ahora lo que resta es hacerse consciente de ello y apropiarse del propio entender.
La conversión intelectual es necesaria para el cambio social urgente que necesitamos, pues las cosmovisiones relativista e inmediatista, evolucionan respectivamente hacia la indiferencia y el valemadrismo. Las implicaciones son vastísimas, así que señalo un solo ejemplo: es posible convertirse intelectualmente para entender que un celular olvidado en un baño público “si no es mío, tiene que ser de alguien”. Y de ese modo, aunque ese alguien ya no esté presente, intente devolver el celular a su dueño.
Un salto en la libertad
La conversión ética lo lleva a uno a cambiar el criterio de las decisiones libres, sustituyendo las satisfacciones por los valores. Cuando niños, asociamos el bien con lo placentero y el mal con lo doloroso, para gradualmente entender que lo placentero no siempre conduce a lo bueno y también que hay cosas buenas que son poco agradables. Los frutos del esfuerzo personal se constatan inmediatamente y también se acrecientan con el tiempo.
La conversión ética de la libertad conecta del bien-sabido del valor y lo pone en marcha hacia el bien-vivido de la virtud, activando un ejercicio amplio, profundo y riquísimo de amor propio. Permite iniciar un camino para desenmascarar y desarraigar las propias desviaciones en los planos personal, grupal y social. Ayuda a distinguir entre elementos de progreso y decadencia. Reconoce que hay horizontes éticos de hedonismo, responsabilidad y proactividad en un quehacer perfectible, pero nunca completado.
La conversión ética es casi sinónimo de adultez en nuestras sociedades contemporáneas, pues el hedonismo se degrada en la abundancia hacia la gorronería o contribución-cero y en la escasez hacia al agandalle. Convertirse éticamente implica asumir la responsabilidad por los actos personales y colectivos en muchas situaciones, como guiar a los hijos hacia su desarrollo, hacer fila como todos, callar en lugar de chismear, hacer primero el trabajo y luego los hobbies, reducir los residuos que la empresa genera y también colaborar en tareas ciudadanas para el bien común. Además, habilita la reducción de la criminalidad, no por miedo al castigo, sino por repudio a dañar a otros.
La invitación pues es a revisar el estado de nuestra conversión personal. Para padres y educadores y líderes hay una tarea adicional. La formación de las generaciones en curso, no es simplemente un apilar destrezas técnicas, capaces de generar rentabilidad económica. Educar implica favorecer el surgimiento de personas intelectualmente autoapropiadas y con un horizonte ético que al menos alcance la esfera de la responsabilidad. Cada esfuerzo realizado a favor de estas conversiones suma a la construcción de sociedades más inteligentes y justas, capaces de enfrentar los retos, no del futuro, sino ahora mismo urgentes.
Referencias: Lonergan, B (1998). Método en teología. Salamanca: Sigueme.