MIÉRCOLES
Hotel Westin Palace. Aforo a reventar. Elsa González consigue reunir en una misma mesa a Carlos Herrera y Luis del Olmo. Las voces de la radio. Ella también lo es. Le arropan en la presentación de su libro ‘Cadena COPE, la radio de las estrellas’ (Almuzara). El locutor galáctico elogia a los accionistas de la emisora. “He tenido jefes que me han respetado mucho, pero nunca como los señores con alzacuellos. Me han dado cuerda de vida para continuar trabajando, agradeciendo mi labor y respetándome”. Cero pistas de una jubilación a la que no parece tener ganas.
Del Olmo entona su añoranza con ese “Buenos días, España” que el respetable correspondió con una ovación. “La radio me ha hecho feliz y me lo ha dado todo o casi todo, incluida la pasta. Hoy vivo del recuerdo”. Y en esa memoria, el padre José Luis Gago, al que señala como el responsable de ganar su primer millón de pesetas, cuando aquello era inalcanzable para todos. Elsa, Luis y Carlos coinciden en aplaudir al dominico por construir una radio generalista influyente sin boatos ni miriñaques, con el humanismo cristiano como eje. Y rentable.
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VIERNES
Voy como alma en pena, con la lumbar haciendo de las suyas, camino del fisio. Con urgencia doliente, a paso de lisiado. Me topo con Fernando, delegado de Migraciones. Sonriente a más no poder. Y eso que no está el horno para bollos. Sale de una reunión en la que se ha reconfigurado un ‘tetris’ casi sin fecha para rascar ayudas para tantos que no tienen ni un papel que les avale. Pero lejos de agobiarse con el panorama que se avecina, se las ingenia para sacar del cesto más panes y peces. Acaba de dar techo a dos mujeres con sus hijos y ya tiene inquilinos para otro piso recién donado. Nos despedimos. Retomo mi camino cojeando. Con el dolor, en su justa medida.
MARTES
Misa de Todos los Santos. Fernando Prado, en la iglesia de San Antón. Un día después de su nombramiento episcopal donostiarra. Flanqueado por el padre Ángel. Se repite para sí en la homilía como consejo de futuro lo que otras tantas veces ha compartido con sus feligreses en ese mismo ambón. “Lo importante no es llegar a Ítaca, sino disfrutar en el camino. Es en esa medida en la que nos hacemos santos, no en el empeño de estar a la altura del listón que creemos que se nos impone”. Termina la eucaristía y comienza el almuerzo que otros tantos días ha repartido el obispo electo con su chaleco verde de Mensajeros de la Paz. “Son los mejores maestros que he tenido para lo que ahora me espera”.