En 2014, Herder publicó un libro francamente curioso, en el que se reunía a filósofos antiguos y actuales bajo el título: ‘Hartos de la corrupción’. En la portada se leía “Hartos” en rojo y con mayúsculas, pero la corrupción había que buscarla en la negrura del resto. Se marcaba lo emocional, frente al motivo. Conste que se escribió en el tiempo de la “indignación”.
- LEE Y DESCARGA: ‘Un plan para resucitar’, la meditación del papa Francisco para Vida Nueva (PDF)
- Consulta la revista gratis durante la cuarentena: haz click aquí
- Regístrate en el boletín gratuito y recibe un avance de los contenidos
- Toda la actualidad de la Iglesia sobre el coronavirus, al detalle
Un acento subjetivo que, en las páginas del libro no se ve. Los que allí escriben, con voluntad propia respondiendo a las preguntas o por medio de textos que probablemente nunca imaginaron nuestro tiempo, está muy alejado de la emoción como respuesta primera. Uno tras otro habla con calado y criterio más allá de lo que sucede.
Como casi todo, remite hondamente a la Grecia Clásica, a Platón y compañeros. Comienza el libro aludiendo a ‘La república’, que es un texto que se debería subtitular hoy como “Sobre la justicia”, para no confundir a nadie. Allí se dice algo que ya sabemos: “Si llegara a haber un Estado de hombres de bien, probablemente se desataría una lucha por no gobernar, tal como la hay ahora por gobernar, y allí se tornaría evidente que el verdadero gobernante, por su propia naturaleza, no atiende realmente a lo que le conviene a él, sino al gobernado.” Aunque parezca que esta frase refleja algo universal y necesario, con lo inmediatamente posterior estoy absolutamente en desacuerdo. En mi texto personal, lo he tachado,
En esta pequeña obrita “comparecen” en la entrevista personas de sobra conocidas y otras no tanto. Manuel Cruz, presidente del Senado de mayo a diciembre de 2019 (anteayer, aunque parezca lejano), también escribe. Y tuvo que dejar su cargo, por algo anterior a su vida política, por un libro con excesivas referencias no citadas, algo así como “apropiación indebida” en términos culturales. Es interesante leer, para quien pueda, la respuesta a la pregunta que a todos hacen: “¿Qué le diría a un amigo corrupto?”.
Construir “un país nuevo”
Otra filósofa a la que se invita es Victoria Camps, Permanente en el Consejo de Estado. Tal es su dignidad, este es el lugar que ocupa en la sociedad. Sin duda, merecida. Sin atisbo de corrupción. Responde como los demás a la pregunta: “¿En qué nos afecta a todos?”. Y dice algo, que en la corta perspectiva de siete años, revela dónde estamos: “… da paso fácilmente a propuestas de cambios radicales, que atraen a la ciudadanía, especialmente a quienes no tienen nada que perder. Los nuevos partidos alteranativos a la partitocracia oficial –Podemos, Guanyem– son un ejemplo. La expectativa de construir “un país nuevo” que ofrece el movimiento independentista en Cataluña, justifica, con el ideal de un país sin corrupción, el anhelo de poder de los partidos soberanistas”. Desconozco su posición actual, si ha variado en menos de una década, pero dibuja en trazos gruesos algo que, por lo que se ve, ya estamos viviendo.
F. Torralba va después de Ortega y Gasset. El texto de Ortega es muy pobre en comparación con ‘La rebelión de las masas’ o ‘Meditaciones del Quijote’, donde yo acudiría. Aunque su discípulo, Julián Marías, habla con mayor claridad de ciertos temas. Pero Torralba ocupa este lugar privilegiado. Sus últimas palabras a todas las preguntas no son suyas, pero cabe recordarlas y es importante transmitirlas: “El ser humano también es capaz de lo más bello, de lo más grande y de lo más noble.” Reconocer la capacidad es importante, por supuesto. ¿Dónde están los ejemplos? ¿Seremos capaces de reconocer la bondad del otro, que es por donde la política comienza y teje algo mayor que uno mismo?
No me resisto a citar a alguien que vio lo anterior y no esto, a Margarita Rivière (DEP, 2015). Con dignidad, por hacer valer su pensamiento. Cuando fue preguntada sobre lo que sentía ante la corrupción, dijo: “Estoy entre quienes piensan que las personas son capaces de tener criterio sobre el bien y el mal, o lo bueno o lo malo, por sí mismas.” Ahí me quedo. Me pareció en mi primera lectura, que me invitó a leerla porque era desconocida para mí, mucho más. En mis términos, dibuja en esta frase la conciencia y el Espíritu, del que no sabe dar razón, pero habita en la conciencia. Por lo demás, su lectura posterior, me mostró demasiada estructura y conversación social, y poca persona capaz de sí misma. La autonomía que se reclama tantas veces es la de la persona es capaz de pensar por sí misma lo que yo pienso. Un buen maestro desea ser superado. En el fondo, sabemos que a nadie se debería llamar maestro, sino a Dios. El egoísmo lo rechaza de plano.
Cicerón, en este libro que recuerdo, se vuelve cínico por amor al prójimo, como Antístenes, y mucho menos sus discípulos egolátricos. Dice, en la página citada de este libro: “He de vivir de tal modo que se vea que soy y he sido siempre lo más desemejante a ese”. Elocuente Cicerón, prudencia. No sabías que tus palabras se recordarían, al menos hasta el siglo XVIII, y se leerían después. Dejaste escrito, y ojalá ningún político te lea: “A ti, la sangre de hombre inocentes no solo te proporcionó placer; también ganancia”. Ojalá, Cicerón, nadie te lea mal y todos te reciban como pregunta.
‘Dignidad’ es un libro escrito recientemente por Javier Gomá. Yo me preguntaría por el capitulo dedicado a la elevación. No lo tengo entre mis manos, no lo puedo citar. Lo he prestado. Pero me resonó como individual, como demasiado pensado para el propio lugar del mundo, como llamada a la dignidad de cada uno. Y le daría la vuelta. La dignidad no es lo propio, sino la pregunta por mí en relación con el otro, por esa red, que ha sido capaz de generar los Derechos Humanos, que tanto critico a quienes lo toman como utopía maximalista y no como el punto de partida hacia el cual se pueda dirigir la persona.
En encuentro de Dios, en la Encarnación, con la persona no fue una relación humana concreta. No tendría sentido nada de esto, si la humanidad no participara siempre de la humanidad del otro, si no estuviera abierta y fuera capaz de recibir lo irreductible, que soy, somos y Es.