Costaleros


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Mientras escribo, escucho el ‘Requiem’ de Jean Gilles, que se estrenó el día de sus funerales, cuando contaba tan solo 37 años. Suena el ‘Kyrie’, después de un largo introito que comienza con unos toques secos de tambor, y sin querer me sumerjo en una calle estrecha donde salgo al encuentro de un grupo de jóvenes que se entrenan para llevar el paso de su hermandad, cuando lleguen los días de la Semana Santa.



Reina el silencio, a pesar de que solo es un ensayo, para acompasar sus pasos, para soportar el peso, para escuchar las órdenes, para comenzar a sentir. No llevan el paso titular, solo una estructura de hierro y madera, similar en peso y medidas a la que portará a su Virgen o a su Cristo, repleta de vigas de hormigón o sacos de arena. Cada uno carga sobre sus hombros de 35 a 40 kilos. “¿Tanto habéis pecado para soportar tanto sacrificio?”, les digo. “Mejor de eso no hablar”, me contestan sonriendo. Descansan y charlamos un rato.

Vale la pena

De verdad que los respeto. Algunos salen hasta cuatro días con distintas hermandades. Las procesiones son largas, de horas infinitas en silencio bajo el peso del paso, codo con codo, hombro con hombro, en un ambiente denso y espeso a pesar de las rejillas de los respiraderos. Vale la pena, me dicen, piensas en tu vida, algunos también en su fe, otros mantienen la tradición de sus mayores o cumplen una promesa sagrada que llevan oculta en su corazón.

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Y vas recorriendo los días de Pasión en sus imágenes procesionadas y adornadas con exquisita riqueza, expresión devocional de un pueblo que vibra, misterio de vida y de muerte, misterio de resurrección. Y sin querer pienso en la Iglesia, en los miembros del Cuerpo de Cristo lacerado, en los que gritan con los ramos y desaparecen, en los Anás y Caifás, en los sayones, en las Marías, en los que vocean con la cara desencajada, en la soldadesca y la ruindad de Poncio Pilato, en su mujer que le susurra al oído, en los tres amigos dormidos, en las Verónicas, en los discípulos de la noche, Nicodemo y José, que por fin dan la cara, cuando tenían todo que perder, en los que huyen y en los que contemplan desde el borde del camino el espectáculo mientras comen pipas.

Esto es la Iglesia

Queridos costaleros (y también hay costaleras): esto es la Iglesia, y vosotros, como tantas personas bautizadas, soportáis el peso en silencio, ocultos, casi sin poder respirar, sufriendo cada paso, dudando muchas veces, pero manteniendo la tradición, con vuestro servicio desinteresado, para que otros se fijen solo en lo externo, en lo exuberante, en la belleza artística, y todo para que pueda seguir su curso el misterio.

¡Ánimo y adelante!

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