Los políticos se han convertido en un grave problema porque no contemplan la realidad. No paran y el bótox del poder les embota los sentidos. Incluso la comercialización de la cultura y el arte han hecho perder capacidad contemplativa. Contemplar es más que mirar. Aprender a ser una sociedad contemplativa es un cambio que debía provocar este tiempo. Lo primero que pide la contemplación es tiempo para que lo que ves pueda manifestarse, dedicar atención paciente. Solidaridad es darnos tiempo unos a otros. Una sociedad contemplativa crea tiempos y lugares para atender y sentir.
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La contemplación pone en funcionamiento no los cinco, sino todos los múltiples sentidos e inteligencias, para percibir y recibir lo que contempla. Escucha la pluralidad de voces, visita los diversos puntos de vista. El mercado y los poderosos limitan la capacidad y el gusto de los sentidos. Necesitamos una ecología de los sentidos que los libere y expanda para recibir. Una sociedad contemplativa es una cultura sensorial en la que las ideologías no tapan voces ni deforman percepciones.
Una sociedad contemplativa es compasiva y agradecida. Busca el bien, que siempre es más profundo que el mal, aunque quede bajo la hojarasca de titulares. Es una mirada misericordiosa que lee el corazón, capta los últimos y más hondos miedos, anhelos, dudas y sueños de las personas. La contemplación compasiva nos implica con lo que miramos, nos mueve a estar con los otros. Quien contempla siempre participa en lo que contempla.
Más contemplativa
Necesitamos que nuestra sociedad sea más contemplativa, y la tradición cristiana puede ayudar si crea espacios y momentos para que personas de las más diversas creencias nos pongamos juntos a mirar, oír, respirar, sentir de verdad, sentir la Verdad.