La pasada entrada en este blog, dedicada al bestiario bíblico, acababa con algunos animales famosos que, paradójicamente, no aparecen en la Escritura: el caballo del que es derribado san Pablo, la mula y el buey que están en el portal de Belén junto al Niño y los camellos en los que montan los tres magos que vienen de Oriente.
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¿Cómo es posible que tengan carta de ciudadanía –en este caso, unos animales– realidades que no lo son, ni siquiera en el plano literario? Quizá la razón haya que buscarla, en parte, en el interés por el detalle y lo concreto que habita en todo ser humano.
El caballo de san Pablo
El caballo de san Pablo es, en realidad, una exigencia artística. En los tres relatos del libro de los Hechos de los Apóstoles en que se narra la “experiencia en el camino de Damasco” (Hch 9; 22; 26), solo se habla de “caer a tierra”. Pero no se menciona ningún caballo. Parece claro que pintar o esculpir un tropezón no es tan vistoso como una buena caída desde lo alto de un caballo.
La mula y el buey en el portal de Belén tienen su origen en el apócrifo ‘Evangelio del Pseudo-Mateo’, que apela a un texto de Isaías a modo de cita de cumplimiento (fenómeno muy propio del primer evangelio): “Tres días después de nacer el Señor, salió María de la gruta y se aposentó en un establo. Allí reclinó al Niño en un pesebre, y el buey y el asno le adoraron. Entonces se cumplió lo que había sido anunciado por el profeta Isaías: ‘El buey conoció a su amo, y el asno, el pesebre de su señor’ [Is 1,3]” (Ev. Ps-Mt XIV).
En cuanto a los camellos –más propiamente dromedarios, de una sola joroba–, fueron domesticados en Arabia en torno al siglo XIII a. C. En el ciclo patriarcal (Gn 12-50), y bastante anacrónicamente –puesto que se supone que los hechos que allí se narran hay que situarlos en los comienzos del segundo milenio a. C.–, aparecen con relativa frecuencia. En el relato del evangelista Mateo, por supuesto, no se les menciona, aunque la dignidad de esos personajes orientales –convertidos más tarde en reyes– parece requerir su presencia.
Fuera del mundo animal, otra “realidad fantasma” es la manzana del paraíso. En este caso, la razón de su presencia hay que buscarla en el latín, donde “mal” y “manzana” se dicen con la misma palabra: ‘malum’. A esto hay que añadir el texto del Cantar de los Cantares: “Te desperté bajo el manzano, allí donde te concibió tu madre, donde tu progenitora te dio a luz” (8,5), pero en la versión latina: “Bajo el manzano te desperté, allí donde tu madre fue corrompida, donde tu progenitora fue violada”, que dará lugar al canto 23 del ‘Cántico espiritual’ de san Juan de la Cruz: “Debajo del manzano, allí fuiste conmigo desposada, allí te di la mano, y fuiste reparada donde tu madre fue violada”.