JUEVES
Encuentro con los Legionarios de Cristo de Europa que llevan menos de cinco años ordenados. Cosas de Amalia Casado, que busca provocar a los suyos llevando a uno de aquí y a otro de allá para que rompan con las ponencias acomodaticias que saben a cremas reafirmantes. Esas que prometen rejuvenecer la piel a primera hora de la mañana, pero que solo autoengañan por su frescor.
El periodista de El País, Jesús Rodríguez, que ha seguido de cerca su salida de los infiernos, percibe cambios epidérmicos que hablan de renovación interna: “Les veo a ustedes con menos soberbia que antes. Me lo dice el hecho de que no vayan tan repeinados, que sus alzacuellos no sean tan impolutos y que sus zapatos no brillen tanto”. No va mal encaminado.
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VIERNES
Lo confieso. Tenía pocas esperanzas en la respuesta pospandemia al Tren Misionero. Los números de las últimas semanas parecían confirmarlo. De repente, Pili y Manu actualizan las inscripciones. Más de 500, cuando nos olíamos poco más de un centenar hace apenas una semana. Noche de multiplicación de materiales. El milagro de los panes y los peces, pero en forma de pañoleta y helio. Ese ensanchar la tienda propio de Cristianos Sin Fronteras se hace real.
SÁBADO
La tentación de darse por satisfecho con cifras en mano siempre está presente. Que se lo digan a quienes han anticipado la Confirmación a la preadolescencia para mantener las estadísticas.
DOMINGO
Juanjo hace balance de su caminata con los chavales hasta el Cerro. Se le ha quedado grabada en la retina una imagen. “Al atravesar el polígono, pisamos por encima de los restos de los botellones. Son el rastro de unas ilusiones volcadas en una única noche y tiradas en la calle. ¿Qué alternativa de sueños ofrecemos a esos jóvenes?”.
MARTES
Rueda de prensa del Domund. Falta relevo a los 10.000 misioneros españoles. Se le pregunta sobre ello al director de Obras Misionales Pontificias. De fondo, la crisis demográfica y la secularización galopante. Pero no solo. “A veces, a los obispos les cuesta un poco”, desliza José María Calderón. “Hay que insistir“, apostilla al instante Paul Schneider, sacerdote en peligro de extinción, en tanto que vocación ad gentes en Etiopía desde hace cinco años. La falta de mano de obra aquí hace desviar la mirada a las penurias de allí.