Crisis también de profetas


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Pepe LorenzoJOSÉ LORENZO | Redactor jefe de Vida Nueva

“La economía se ha desembarazado de la ética, y la Iglesia, en franco repliegue, perpleja por su difícil situación en un mundo que la orilla, deja que se vaya apagando su voz profética, tan necesaria en estos tiempos”.

Europa ha despertado del sueño de su unidad dolorida por las dentelladas de los mercados financieros. Los discursos grandilocuentes han sido sustituidos por consignas de rápida asimilación: sálvese quien pueda.

El fantasma del fin de una época recorre un continente que ha vuelto a cerrar sus fronteras y en donde se adivina el desmantelamiento del Estado del Bienestar. La incertidumbre y la desconfianza hacia el vecino marcan las políticas y solo un puñado de jóvenes escenifica aquí y allá su estupor por la claudicación de sus mayores ante la lógica de una economía filibustera con la persona y depredadora con el medio ambiente.

Una lógica que, a decir de los expertos, ha prescindido hace tiempo de la ética, disciplina que ya no tiene cabida en las facultades donde se forjan los economistas y empresarios de hoy, según ha reconocido hace poco el profesor Zamagni, asesor del Papa para la Caritas in veritate, en la Universidad Comillas de Madrid.

En esa encíclica, Benedicto XVI reclama insistentemente “emprendedores católicos” para dar un sentido a unas relaciones económicas que hoy campan desbocadas a sus anchas. Pero, ¿podemos decir que existen esos empresarios que tengan en cuentan, entre números y balances, el bienestar y el desarrollo de los que menos cuentan?

La economía se ha desembarazado de la ética, y la Iglesia, en franco repliegue, perpleja por su difícil situación en un mundo que la orilla, deja que se vaya apagando su voz profética, tan necesaria en estos tiempos en que valores fundamentales sobre los que se ha sustentado la convivencia pacífica comienzan a ser erosionados sin que nadie se atreva a rechistar.

Aburre repetir que la Iglesia no tiene recetas técnicas contra la crisis, aunque tampoco tenía divisiones acorazadas, como se jactaba Stalin. Le queda, si quiere, lo que siempre ha tenido a mano: una palabra para denunciar las injusticias, consolar a las víctimas y el testimonio creíble de sus hombres y mujeres. Nada menos.

En el nº 2.763 de Vida Nueva.

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