No pocas familias estos días recurrimos al “ibuprofeno” para solucionar algún que otro malestar y síntoma entre los más pequeños. No hay barrera posible. Las escuelas infantiles no tienen que preparar ninguna Unidad Didáctica para este compartir, ni hay evaluación, ni registro. El caso es que, al menos en mi caso, tengo que ir mirando casi cada vez cuánto tengo que aplicar. No hay medicación que no vaya con su prospecto.
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En el caso del cristianismo, ciertamente es imposible aplicar un paralelo total. Pero se dan ciertas semejanzas. El cristianismo se “dosifica” igualmente. El término más empleado es gradualidad en la evangelización. No se llega, de buenas a primeras, a “cantidades elevadas” de esta medicación para el cuerpo y el alma. No se ofrece a todos lo mismo. O no se debería. Porque cada cual tiene su peso humano, su herida y necesidad, su altura o su edad espiritual. Saber diversificar, sin prospecto, sin manual es un arte pastoral que no se puede olvidar. Quizá hay que cultivar esta gradualidad, tanto para uno mismo, como para los demás.
Auténtico cristianismo
Me atrevo a decir que a las comunidades adultas habría que suministrar un cristianismo adulto, a los jóvenes igualmente un cristianismo joven y adecuado a sus momentos y a los más pequeños de la misma manera, según su capacidad. Para que sea eficaz, no tóxico. Para que palie realmente enfermedad y vivifique, sin dar mayores problemas, sin generar rechazo. En cualquier caso, que sea un auténtico cristianismo y no otra cosa, porque si no es así, la medicación que se presenta será inútil y se abandonará, yendo a buscar otras.
Como toda comparación tiene sus limitaciones, salgo de ella por un momento. Me temo que estamos jugando a muchas cosas y hacemos propuestas muy diversas para evangelizar, pero no todas contemplan el Evangelio en su gradualidad. En otros casos, no menos problemáticos, quienes transmiten el Evangelio no tienen la suficiente pericia personal y espiritual como para distinguir lo que ellos mismos necesitan de lo que otros están capacitados para recibir. De un lado, muchas veces ni llegamos a iniciar procesos cristianos, del otro lado los ahogamos sin dar la posibilidad de respirar. Lo primero es inanición, lo segundo da como resultado una intoxicación. Y, sin ser muy amigo de los términos medios, porque en ellos no suele haber tanta prudencia como miedos, sí que me parece importante que haya equilibro.
Ahora bien, los adultos deberían recibir el Evangelio entero y hacerse con él enteramente, pese al dolor que pueda provocar. Y no cambiarlo por algo distinto del evangelio, cuyo corazón traduce el mismo Jesús, en forma de mandato, como amor a Dios y al prójimo. No a otras cosas. Un resumen adulto y serio, comprometido y fiel, solidario y exigente. A los más pequeños y a los jóvenes se debería dar lo mismo, pero en dosis ajustada. Otra cosa es –casi– querer engañar, entretener o distraer, convertirse en una fuente de sentido más propia que regalada por Dios, en una tarea humana más que en una llamada absoluta a una esperanza sin igual.
En las reuniones pastorales, que ya se pueden sumar por cientos y en las que puedo ver un cierto recorrido histórico, se vuelve a hacer del Evangelio necesidad para nutrir los itinerarios de evangelización. Hasta ahora, en muchos casos, los niños y jóvenes veían con un cristianismo de casa que había que modelar y formar, que había que conducir y enriquecer, que necesitaba actualización y conexión con fuentes mayores de Vida y Palabra. Ahora, la situación en la que muchos existimos desde un par de décadas ha visto decaer profundamente este previo y toca hacer algo verdaderamente nuevo: proponer el Evangelio, anunciar directamente a Jesús, hablar de la posibilidad de amar a Dios y al prójimo, en lugar de a uno mismo, mostrar la belleza y grandeza de la cruz y la apertura insondable de la Resurrección y del Espíritu. Ya no valdrá otra cosa distinta de esta o nada más tendrá sentido si Jesús mismo no está presente.