La Santa Sede y la Conferencia Episcopal Argentina dieron finalmente respuesta a un reclamo repetidamente formulado. Se anunció formalmente que los archivos en los que hay información referida a la desaparición de personas durante la última dictadura militar estarán disponibles para su consulta por parte de las personas afectadas.
Un día antes, el tema que se trataría en la conferencia de prensa no fue anunciado, pero trascendió a través de algunos medios, y fue notable la respuesta periodística a la convocatoria. Cuando los obispos convocan a la prensa no suelen atraer a demasiados periodistas, pero en este caso la respuesta fue masiva. Hacía muchos años que no se veían tantas cámaras de televisión y reporteros de radio y medios gráficos en la casona de la calle Suipacha, del barrio porteño de Retiro. Los noticieros cubrieron ampliamente la información, los portales de noticias también, y al día siguiente los periódicos la reflejaron en sus primeras páginas.
Los obispos, que exhortan a la reconciliación, saben que no es posible
reconciliarnos sin verdad y sin comunicaciones claras y valientes
Esta reacción de la prensa ante algo que era solamente un trascendido no es un dato menor. La sola posibilidad de que se tratara el tema generó esa expectativa. No es un dato menor porque muestra cuáles son las cuestiones sobre las que se espera con mucho interés una palabra de la Iglesia. Hace pocos meses, cuando se realizó en Tucumán un Congreso Eucarístico que convocó a una multitud que se movilizó desde todo el país, algunos obispos y otros personajes eclesiásticos se quejaron amargamente por la escasa importancia que le habían dado los medios a ese evento. “¡Juntamos trescientas mil personas y no salió nada en los diarios!”, decían indignados y poniendo al descubierto nostalgias de otros tiempos. Una vez más quedaba en evidencia la dificultad de la jerarquía para comprender la lógica de los medios.
Al periodismo le importa lo que afecta a la sociedad en su conjunto. Para los argentinos, lo ocurrido durante la dictadura –como en las demás dictaduras de nuestros países latinoamericanos– es una herida abierta que aún duele y que se necesita comprender para poder superar. Para los hijos de la Iglesia es también un tema que exige respuestas claras que se esperan desde hace años. Necesitamos entender qué pasó en la Iglesia durante los años de plomo. Los obispos, que exhortan a la reconciliación, saben que no es posible reconciliarnos sin verdad y sin comunicaciones claras y valientes. Como dijo el cardenal Mario Poli en aquella conferencia de prensa: “La verdad duele, pero ilumina”.
Por otra parte, “abrir los archivos” es solo un primer paso. Sería un gran error creer que con esta decisión la Iglesia ya cumplió con su parte en el largo camino de la reconciliación. Lo que haya en esos archivos es solo un aporte más a esa tarea que san Juan Pablo II llamaba “la purificación de la memoria”. Los pastores tienen por delante el inmenso, necesario y apasionante desafío de ayudarnos a comprender para poder perdonar. Comprender lo ocurrido en la sociedad y también lo ocurrido en la Iglesia durante aquellos años.
Ha pasado tanto tiempo y las heridas siguen abiertas. Es que no es suficiente el paso del tiempo, hace falta decir, explicar; lo que no se habla no se cura. El silencio no es una buena medicina, pero peor aún es la tergiversación ideológica de los hechos. Porque no es solamente la Iglesia la que se ha refugiado en el silencio, son muchos los actores de aquellos años que deberían “abrir los archivos” para curar la memoria.
Esos periodistas ansiosos ante aquellos obispos algo asombrados por el interés despertado por su convocatoria son la expresión de una sociedad que sigue buscando respuestas porque no se ha conformado, ni se ha dejado distraer, con las recetas de las ideologías o los pesados silencios.