Como seguimos en tiempo de Navidad, voy a continuar explorando algún aspecto que me parece interesante. Cada año, invariablemente, surge el mismo tema: ¿cuál es la historicidad de los datos evangélicos navideños? Está claro que esos datos pertenecen más a la teología que a la historia, aunque a veces se ha supuesto alguna fuente pre-evangélica que podría contener algunos datos más o menos históricos. En todo caso, tanto los relatos evangélicos canónicos como los apócrifos están al servicio de un discurso teológico.
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Los apócrifos
En el ya mencionado apócrifo ‘Evangelio del Pseudo-Mateo’, un texto del siglo VI o VII que recoge elementos de apócrifos anteriores, se insiste en la superioridad de Jesús frente a José –a pesar de que Jesús es un niño pequeño–, por ejemplo, en el viaje a Egipto, así como el cumplimiento en el Niño Jesús de los oráculos proféticos. Así leemos:
“Según caminaban, José dijo a Jesús: ‘Señor, el calor nos abruma. Tomemos, si quieres, el camino cercano al mar para poder reposar en las ciudades de la costa’. Jesús le respondió: ‘No temas nada, José, que yo abreviaré nuestra ruta, de suerte que la distancia que habíamos de recorrer en treinta días la franqueemos en esta sola jornada’. Y, mientras hablaban así, he aquí que, mirando ante ellos, divisaron las montañas y las ciudades de Egipto. Alegremente entraron en el territorio de Hermópolis y llegaron a una ciudad denominada Sotina, y, como no conocían a nadie que hubiese podido darles hospitalidad, penetraron en un templo que se llamaba el capitolio de Egipto. Y en este templo había trescientos sesenta y cinco ídolos, a quienes se rendían a diario honores divinos con ceremonias sacrílegas. Pero ocurrió que, cuando la bienaventurada María, con el niño, entró en el templo, todos los ídolos cayeron por tierra, cara al suelo y hechos pedazos, y así revelaron que no eran nada. Entonces se cumplió lo que había dicho el profeta Isaías: ‘He aquí que el Señor vendrá sobre una nube ligera y entrará en Egipto, y todas las obras de la mano de los egipcios temblarán ante su faz’ [Is 19,1]” (XXII,1-2; XXIII,1-2).
Como decíamos en la anterior entrega de este blog, el maravillosismo suele relumbrar en las páginas de estos textos apócrifos, lo cual constituye un evidente contraste con los relatos canónicos, donde lo que destaca es la normalidad. Así, cuando el ángel anuncia a los pastores que “hoy, en la ciudad de David, os ha nacido un Salvador, el Mesías, el Señor” (Lc 2,11), la señal que les da es: “Encontraréis un niño envuelto en pañales y acostado en un pesebre” (v. 12). Un niño envuelto en pañales como señal del Salvador-Mesías-Señor. No hay quien dé más porque no hay quien dé menos.