Trazamos hace algunas semanas en este espacio una ruta de profundización en 5 habilidades básicas para desarrollar en nosotros el arte de acompañar. Hemos comentado de forma previa algunas reflexiones sobre el “duo dinámico del acompañamiento”: la escucha y la pregunta; ahora, toca el turno a analizar un poco nuestra mente para descubrir cómo podría elevarse la eficacia de nuestro acompañamiento si somos capaces de gestionarnos a nosotros mismos.
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Nuestra mente como un “GPS”
Pensemos en un navegador satelital. Un práctico recurso para ubicarnos en el espacio y en el tiempo que hemos llevado a la vida cotidiana; presente ya casi en todos nuestros trayectos de un punto al otro. Si bien la tecnología hace su parte, al emplearla, si queremos que sea adecuada, debemos hacer también lo propio. Fijamos un punto de salida y tenemos claro un punto de llegada, y seguimos la ruta. Pero debemos estar atentos a la misma, una vuelta equivocada incrementará la distancia y el tiempo.
Sucede algo similar en los procesos de acompañamiento, tenemos un punto de salida y estamos en búsqueda de construir un punto de llegada; mediante el diálogo donde escuchamos con profundidad y preguntamos con oportunidad, vamos tejiendo la narrativa del acompañado mostrándole los puntos que le permiten conectar lo importante en lo que dice y expresa sobre sí mismo.
Pero ahí también podemos dar una vuelta complicada, entorpecer el proceso y alargar el tiempo. Podemos incluso, en el extremo de nuestra distracción o falta de atención, obstaculizar el encuentro interpersonal y provocar que la confianza y apertura del acompañado se apresuren a despedirse de nosotros. Como suele pasar, en el propio navegador satelital, habrá que recalcular la ruta a seguir. Habrá que encontrar cómo volver al camino emprendido o, en casos extremos, será necesario localizar una nueva ruta que nos lleve por otro sentido al mismo destino que perseguimos.
¿Te ha pasado que te pierdes en una conversación? ¿Te has descubierto desconectado del diálogo con tu acompañado? ¿Hay algo en su historia o experiencia que se conecta con tu propio contexto y te distrae? ¿Experimentas el deseo de resolver rápido el problema de quien acompañas indicándole “lo que deberías hacer es…”? ¿Consideras evaluar tu nivel de acompañamiento mientras escuchas al otro? ¿Celebras las buenas preguntas que haces? ¿Te culpas por los malos comentarios que has hecho o por los cuestionamientos ineficaces que has lanzado? ¿Te descubres preguntando desde el morbo o el chisme y no desde la búsqueda de reflexión y aprendizaje?
Si has contestado que sí a alguna de estas preguntas, déjame decirte que a todos los que acompañamos nos han pasado estas circunstancias en alguna de nuestras sesiones y de nuestros encuentros con personas en las actividades educativas y/o pastorales que realizamos. ¡No debemos culparnos por ello; debemos tomar consciencia para poder favorecer en nosotros la autogestión, la tercera habilidad básica que puede ayudarte a acompañar mejor!
¿Cómo podernos enfocar mejor? Te invito a revisar algunas situaciones que pueden ocurrir mientras acompañamos, identificarlas y darnos cuenta de ellas nos pueden ayudar.
Situaciones a observar en nuestra autogestión:
1. Desconexión. Durante el diálogo, por alguna situación externa como puede ser un ruido, un mensaje del celular, o cualquier estímulo susceptible de ser identificado con claridad, te pierdes en el eje de la conversación. Te percibes desorientado, incapaz de saber cómo la persona ha llegado hasta este punto y sin saber cómo reconocer y unir los puntos sustantivos de la expresión de quien acompañas. Cuando esto ocurra, cuando seas consciente de la brecha creada, es importante: a) reconocerla, b) intentar volver de manera presente al diálogo, c) disculparnos, indicar que sucedió algo que nos impidió concentrarnos y que pedimos, de la forma más atenta, que pueda volverse a mencionar lo expresado. Una vez sorteado el inconveniente, no le dediques más tiempo de tu atención porque podrías volver a desconectarte.
2. Distracción por un recuerdo o una emoción. Durante el diálogo la persona acompañada refiere o expresa algo en su narrativa, historia o interpretación de lo que ocurre, consigo mismo y con su desafío, que desata en ti recuerdos o emociones referidas a tus propios desafíos de vida y a la manera en que tú, en cuanto ser humano, respondes a la vida misma. Si tu autogestión no se encuentra adecuadamente desarrollada “sucumbirás” al peso de tu propia vida en términos de atención y, en lugar de enfocarte en tu acompañado, te sorprenderás recordando situaciones y viviendo emociones de tu propia historia personal. Por ello, si en el diálogo empiezas a tener pensamientos como “esto ya me pasó a mí”, “esta emoción me recuerda algo”, deberás esforzarte por reconducir tu atención, no porque tu vida no sea importante como para ser analizada, recordada, valorada, sino porque en ese momento del acompañamiento debes estar plenamente presente para servir mejor a quien acompañas. Posterior a la sesión, podrás efectuar un trabajo más profundo de reflexión si lo deseas respecto aquello que experimentaste.
3. Suplantación de responsabilidad y compromiso del acompañado. Durante el diálogo, detectas en tu mente, algunos pensamientos o emociones determinados que te “impulsan” a decirle al acompañado lo que, desde tu personal punto de vista, debería hacer con su vida y con su desafío para continuar su desarrollo personal y/o profesional. Las emociones y pensamientos que experimentas en dicho sentido, pueden ser tan intensas que se recorren a la “punta de la lengua” esperando salir en dirección a sus oídos en cuanto te sea posible. Reconocer que la mejor acción y compromiso vendrá de quien acompañas y no de ti en cuanto acompañante te permitirá enfocar nuevamente la atención. Es correcto lo que sientes puesto que en tu propia vida, ante ese reto que ha sido descrito, podrías hacer “X” o “Y”, pero no se trata de tu vida, ni de tus acciones, ni de tu perspectiva, sino de la vida del otro que acompañas. Entender el límite, no estar dispuesto a dar salidas aparentemente “fáciles o sencillas”, provocará que tu autogestión se consolide. Aunque desees dar vuelta en una calle, el GPS te indicará que debes permanecer atento y buscar la ruta de la propia persona que acompañas y no aquella que tú has prefabricado para él.
4. Nivel de eficacia de nuestra labor como acompañamiento. Mientras conversamos con nuestro acompañado, al desempeñarnos como acompañantes, nuestra personal eficacia, el hacer bien o no la tarea, puede aparecer también en nuestro radar de atención y entorpecer el camino. No debemos procurar, mientras sucede la conversación con otro, efectuar un profundo análisis de nuestro desempeño puesto que rompería el enfoque de atención. ¡Pero debemos estar alertas! Supongamos que hacemos una adecuada pregunta, una muy efectiva que provoca reflexión profunda en nuestro acompañado. Si en ese momento, mientras él o ella piensan en la respuesta que nos darán, comenzamos a “festejarnos” o “aplaudirnos” mentalmente hablando por lo bien que lo hemos hecho como acompañantes, nuestra atención se “desliza” sutilmente a nosotros y perdemos el foco de la respuesta y diálogo de quien acompañamos. Puede esto también ocurrir en sentido contrario; lanzamos una pregunta inadecuada o efectuamos un comentario fuera de lugar que “rompe el encuentro”, y nuestra recriminación interna, nuestro duro juicio personal, se hace presente y “desliza” nuevamente la atención a nosotros en lugar de focalizarse en la persona que acompañamos. Una vez concluida la sesión o el diálogo, podemos con sinceridad y honestidad, efectuar una revisión de nuestro desempeño para encontrar áreas de mejora que nos permitan acompañar mejor.
5. Curiosidad mal enfocada. El diálogo con nuestro acompañado está en un buen nivel de rendimiento. Estamos avanzando. Su expresión y discurso apuntan entonces a algunos aspectos mencionados previamente y consideramos que debemos dirigir ahí la atención del diálogo para descubrir algo nuevo. Si esta curiosidad del acompañante está en búsqueda de nuevos aprendizajes y descubrimientos del acompañado el proceso, es fluido y logra su objetivo. Pero si por el contrario al aprendizaje, nos mueve la curiosidad de “saber más” solo por “saberlo” podemos perdernos en áreas y temas que no serán relevantes para la persona a quien servimos. La frontera es interna a la reflexión del que acompaña: ¿para qué estoy preguntando algo como esto? Si no tengo claro el objetivo de la pregunta, provocar aprendizaje y descubrimiento en la persona, es preferible no lanzarla. Si experimentamos un deseo intenso por “saber más”, para satisfacer nuestra curiosidad pero no para servir, nuestra autogestión tiene que entrar en juego “regresándonos” a donde debemos estar: ¡junto a nuestro acompañado para descubrir lo que él requiere, no lo que nosotros suponemos o desearíamos descubrir de su propia vida! Lo pongo más fácil: ¡no puede movernos el morbo o el chisme, al que nos podemos sentir “tentados” cuando conversamos; requerimos templanza y fortaleza reconociendo que la persona abre con nosotros las puertas que desea abrir y nosotros no podemos, como invitado irresponsable, introducirnos en su interior y abrir todas las puertas que queramos para descubrir algo que podría ser útil a nosotros pero no al dueño de la casa.
Te invito a confeccionar una respuesta para las siguientes preguntas a partir de lo que hemos comentado hoy: ¿a dónde va tu mente cuando acompañas? ¿Cómo puedes colocar tu atención en la ruta adecuada para servir al otro?
Esperando que lo que hemos comentado hoy, nos ayude a todos a centrar la atención en lo importante, la persona que acompañamos y sus desafíos, veámonos pronto para un nuevo encuentro que nos permita descubrir la habilidad de empatía que produce conexión profunda en cualquier diálogo.
¡Hasta pronto y hasta siempre!
P.D. Sin duda este ha sido el año para acompañar a otros y para dejarnos acompañar, pidamos al Señor la gracia de su Amor y de su cercanía en nuestros diálogos internos y en los que sostenemos con las personas que nos rodean. Vivamos el Encuentro como la oportunidad de servir al Señor.