El Año nuevo suele ser un tiempo oportuno para la oración: bendición, peticiones, alabanza… En la tradición judía, concretamente en la de los ‘hasidim’ europeos de la época moderna, encontramos uno de sus famosos cuentos –editados por Martin Buber– que nos habla precisamente de la “mejor oración”.
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En cierta ocasión, durante los Días del Arrepentimiento –los diez días anteriores a Yom Kippur–, Isaac Luria (1534-1572) –uno de los más famosos cabalistas– oyó una voz del cielo que le decía que, a pesar de la intensidad de su oración, había un hombre en una ciudad vecina cuya capacidad para la oración excedía incluso a la suya. En cuanto pudo, Rabí Isaac viajó hasta esa ciudad y buscó al hombre en cuestión.
No tenemos excusa para no rezar
“He oído cosas maravillosas acerca de ti” –le dijo cuando lo encontró–. ¿Eres un estudioso de la Torá?” “No –dijo el hombre–, nunca he tenido la oportunidad de estudiar”. “Entonces debes ser un maestro de los Salmos, un genio devoto que ora con gran intensidad”. “No –dijo el hombre–. He oído los Salmos muchas veces, por supuesto, pero ni siquiera conozco uno lo bastante bien como para recitarlo”. “¡Y, sin embargo –gritó Rabí Isaac–, me han dicho que la calidad de tu oración sobrepasa a la mía! ¿Qué has hecho durante los Días del Arrepentimiento que merezca tal alabanza?” “Rabí –dijo el hombre–, soy analfabeto. De las veintidós letras del alfabeto hebreo no conozco más que diez. Cuando entré en la sinagoga y vi a los fieles orando con tanto fervor, creí que se me rompía el corazón en el pecho. Yo no podía orar en absoluto. De manera que dije: ‘Señor del universo, aquí están las letras que conozco: álef, bet, guímel, dálet, he, vav, záyin, jet, tet y yod [las primeras diez letras del alfabeto hebreo]. Combínalas de manera que tú las entiendas, y espero que te sean gratas’. Y entonces repetí esas diez letras una y otra vez, confiando en que el Señor las entretejería formando palabras”.
No tenemos excusa para no rezar: de una manera o de otra, con mayor o menor acierto. Lo importante es hacerlo con ‘kawaná’, que es como la tradición hasídica denomina a la intención o devoción con que hay que dirigirse a Dios cuando se lleva a cabo una acción religiosa.