En el ángelus del pasado 25 de julio, el papa Francisco comentó el relato del milagro de la multiplicación de los panes y los peces. Entre otras cosas afirmó que “es curioso que en los relatos de la multiplicación de los panes presentes en los evangelios no aparezca nunca el verbo ‘multiplicar’. Es más, los verbos utilizados son de signo opuesto: ‘partir’, ‘dar’, ‘distribuir’ (cf. v. 11; Mt 14,19; Mc 6,41; Lc 9,16). Pero no se usa el verbo ‘multiplicar’. El verdadero milagro, dice Jesús, no es la multiplicación que produce orgullo y poder, sino la división, el compartir, que aumenta el amor y permite que Dios haga prodigios”.
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El milagro de la solidaridad
Esta explicación o interpretación va en una línea seguida por muchos intérpretes modernos, que hablan del “milagro de la solidaridad”: los presentes compartieron lo poco que llevaban y sobró. Ese fue el verdadero milagro. Si esto se entiende en clave “espiritual” –y solo en esa clave–, seguro que resulta de ayuda. Pero desde luego no vale como “explicación” del hecho en sí (cosa en la que supongo que el Papa no quiso entrar).
En el volumen que J. P. Meier dedica a los milagros de Jesús en su monumental obra ‘Un judío marginal. II/2. Los milagros’ (Estella, Verbo Divino, 2000), se analiza concienzudamente este milagro y se llega a la siguiente conclusión (desde un punto de vista puramente histórico): “Es preciso admitir que nuestras fuentes no nos permiten conocer los pormenores del acontecimiento, sobre todo porque debemos contar con la influencia del milagro de Eliseo [2 Re 4,42-44] y de la tradición de la última cena en la narración del relato durante los subsiguientes decenios del cristianismo […] [Es] más probable que improbable que en la base de los relatos evangélicos sobre la multiplicación de [los panes y] los peces haya alguna memorable comida a base de pan y pescado […] celebrada por Jesús, sus discípulos y una gran muchedumbre junto al mar de Galilea. Determinar si en verdad sucedió un hecho milagroso no está al alcance del historiador con los medios disponibles” (p. 1108).