Los budistas
No es raro ver al papa Francisco encontrarse con todo tipo de líderes religiosos. El último viaje a Myanmar y Bangladesh nos ha dejado interesantes ejemplos de diálogo interreligioso en dos países en los que los cristianos son minoría.
El miércoles 29 de octubre, por la tarde, en Rangún, la ciudad más grande de Myanmar, Francisco pudo reunirse con el Consejo Supremo de los monjes budistas, precisamente en uno de los templos budistas más significativos de la zona, el Kaba Aye Center de Rangún, conocido como la “Pagoda Mundial de la Paz”. Una completa crónica de Vida Nueva deja constancia de este encuentro.
Descalzo, como todos los monjes, en su discurso Francisco subrayó “los lazos de amistad y de respeto que unen a los budistas y a los católicos” y, a partir de ellos, invitó las “testimonio común”. ¿Pero de qué?
A través del discurso pontifico, la “dignidad de la persona” que está en “las bases de nuestras respectivas tradiciones espirituales, sabemos que existe un camino que nos permite avanzar, que lleva a la curación, a la mutua comprensión y al respeto. Un camino basado en la compasión y en el amor”. Para el Papa, el mensaje de budismo puede ayudar a “superar todas las formas de incomprensión, intolerancia, prejuicio y odio”. Valores que interpelan a la sociedad birmana –pero no solo–.
“Que los budistas y los católicos caminemos juntos a lo largo de este sendero de curación, y trabajemos hombro con hombro por el bien de cada uno de los habitantes de esta tierra”, terminaba diciendo Francisco ante los venerables monjes.
Los musulmanes e hinduistas
La historia política reciente de Bangladesh está vinculada íntimamente con la creación de una patria musulmana, cuando hace 50 años Pakistán se creó con el final de la India colonial. Ahora bien, una gran cantidad de budistas e hinduistas –con un 0,6% de católicos– conviven en el que es el séptimo país más poblado del planeta. El islam moderado es la corriente más extendida en Bangladesh, aunque el radicalismo ha aumentado en los últimos tiempos haciendo más frágil la democracia en construcción de la nación asiática.
El papa Francisco llegó en rickshaw al jardín del Arzobispado de Dacca y allí participó, el pasado viernes 1 de diciembre, en un encuentro con representantes de las religiones musulmana, budista e hinduista del país. En esta ceremonia el mensaje ha sido similar al de los demás momentos de este viaje. El Papa hizo una llamada de atención “respetuosa pero firme a quien busque fomentar la división y el odio, la violencia en nombre de la religión”.
Francisco, como nos contaba Antonio Pelayo desde allí, pidió “apertura de corazón”, que traduce en ser una puerta abierta al diálogo y no un simple intercambio de ideas, una escalera que lleve al absoluto y abra la mano a la amistad y un camino que conduzca a la búsqueda de la bondad, el bien de nuestros prójimos e irrigue “las tierras desiertas del odio, la corrupción, la pobreza y la violencia que tanto dañan la vida humana, divide a las familias y desfiguran el don de la creación”.
La paz
Si apenas estamos empezando a intuir de qué va el ecumenismo, con el diálogo interreligioso estamos en mantillas. Los grandes signos de diálogo, entre las grandes tradiciones religiosas que la historia nos ha dejado hasta este momento, están relacionados con la paz –o, más bien, con la ausencia de esta–.
En este sentido son un clásico los encuentros de Asís. Iniciado en 1986 por el impulso de Juan Pablo II, convocó a líderes religiosos de todo el mundo para orar juntos –aunque no revueltos– por la paz. En aquella ocasión, el papa polaco sufrió todo tipo de críticas, suspicacias y acusaciones desde el momento de la convocatoria. Como ha narrado en varias ocasiones Antonio Pelayo, los recelos se pusieron de manifiesto desde el primer momento en el que el papa Wojtyla, para subrayar la aportación de las religiones al Año Mundial de la Paz proclamado por la ONU, convocó este encuentro en la celebración de la Semana de Oración por la Unidad de los Cristianos de aquel año.
Un cuarto de siglo después, Benedicto XVI volvió a impulsar la convocatoria. Enseguida confirmaron participación 176 representantes de religiones de más de 50 países, incrementándose el número de musulmanes en momentos de especial tensión con el Vaticano. Aunque, la gran novedad, fue la participación de cuatro personas no creyentes. En esta ocasión parece que el ‘fuego amigo’ dentro de la Iglesia se redujo considerablemente.
En 2016, Francisco volvió a los 30 años, al convento de Asís a renovar el llamamiento por el paz. Entonces, el Papa, en un llamamiento conjunto, repasó el camino realizado. Para el pontífice, el encuentro en Asís “ha unido sin confundir, dando vida a sólidas amistades interreligiosas y contribuyendo a la solución de no pocos conflictos. Este es el espíritu que nos anima: realizar el encuentro a través del diálogo, oponerse a cualquier forma de violencia y de abuso de la religión para justificar la guerra y el terrorismo. Y aun así, en estos años trascurridos, hay muchos pueblos que han sido gravemente heridos por la guerra. No siempre se ha comprendido que la guerra empeora el mundo, dejando una herencia de dolor y de odio. Con la guerra, todos pierden, incluso los vencedores”.
Es verdad que queda mucho por hacer en el tema de la paz. Pero, ¿habrá llegado el momento de abrir a nuevas cuestiones el diálogo interreligioso?