Redactor de Vida Nueva Digital y de la revista Vida Nueva

¿Cuáles son los problemas doctrinales de ‘Amoris laetitia’?


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El relevo

Son muchas las voces, y algunas bien informadas, que han visto el cese del cardenal Müller, prefecto de la Congregación de la Doctrina de la Fe, vinculado a su poco entusiasta defensa frente a los críticos con las propuestas pastorales que la exhortación ‘Amoris laetitia’ hace sobre la comunión de los divorciados vueltos a casar.

La verdad es que ha sido frecuente ver y leer al prefecto en muchas entrevistas hablando de la cuestión, sosteniendo que la doctrina de la Iglesia al respecto permanece invariable, valorando las voces críticas como meras preocupaciones legítimas y cargando contra los obispos que podrían hacer una interpretación subjetiva del documento pontificio.

“El papa interpreta a los obispos, no son los obispos los que deben interpretar al papa”, decía en febrero Müller a la revista católica italiana del Instituto de Apologética ‘Il Timone’ –publicación que se propone “fortalecer la fe de los lectores, infundir en los corazones el orgullo de ser católicos, proporcionar argumentos para explicar las razones de los católicos”–.

“‘Amoris laetitia’ es interpretada claramente a la luz de toda la doctrina de la Iglesia (…). No me agrada, no es correcto que muchos obispos estén interpretando ‘Amoris laetitia’ según su propio modo de entender la enseñanza del papa”, sentenciaba entonces.

Y es que, lo que podría tratarse de un relevo natural –el secretario como sucesor del prefecto sin generar estridencias–, ha provocado un revuelo particular al hacerse un sábado, a los cinco años de mandato del alemán, con el ritmo vacacional que Francisco inicia con el mes de julio y algunas de las cuestiones más mediáticas sin cerrar definitivamente.



Los díscolos

En el planteamiento doctrinal: de los ¡dos! últimos sínodos sobre la familia, primero, y tras la publicación de la correspondiente exhortación apostólica postinodal, después, un sector crítico comenzó a sobresalir. La Congregación de la Doctrina de la Fe estuvo desde la preparación de la primera de las asambleas sinodales en el punto de mira y algunas de las opiniones que se difundían del cardenal Müller le colocaban claramente en ese círculo.

Ha pasado un año desde que ‘Amoris laetitia’ ha visto la luz y ahora ese sector ha encontrado su portavocía en un cuarteto cardenalicio, con apoyos –teológicos e, incluso, económicos con carteles por las calles de Roma de por medio– en todo el mundo. Estos cuatro cardenales, a los que les gusta definirse como tradicionalistas y que han encontrado el “placer de la disidencia”, según la feliz expresión de Antonio Pelayo, no dejan de hacer públicas cada poco tiempo sus “dudas”.

Recuperemos solo el último capítulo, hace apenas un par de semanas. El arzobispo emérito de Bolonia, el cardenal Carlo Caffarra, en nombre suyo y de los colegas de birreta roja Walter Brandmüller, presidente emérito del Comité Pontificio de Ciencias Históricas; Raymond L. Burke, antiguo prefecto del Tribunal Supremo de la Signatura Apostólica; y Joachim Meisner, arzobispo emérito de Colonia; enviaban una nueva carta pidiendo audiencia a Francisco a la vez que siguen pidiendo aclaraciones al papa sobre las “situaciones de confusión y desconcierto en gran parte de la Iglesia” que esta generando el capítulo 8 de ‘Amoris laetitia’, el titulado ‘Acompañar, discernir e integrar la fragilidad’.



Tras presentarse como una nueva Catalina de Siena, crítica y reformadora del papado corrupto, como ella le llaman “dulce Cristo en la tierra”, a la vez que recuperan las dudas canónicas planteadas meses atrás sobre “no solo el acceso a la Santa Eucaristía de quienes objetiva y públicamente viven en una situación de pecado grave y quieren permanecer en ella, sino también una concepción de la conciencia moral contraria a la Tradición de la Iglesia”.

Precisamente esta carta reconoce que no se dan por satisfechos ni con las intervenciones ni Müller, y que las conferencias episcopales comienzan a ofrecer divergentes lecturas respecto al sínodo y el consecuente documento papal.

Así, los obispos polacos anuncian para octubre seguir la senda de Juan Pablo II, los belgas ponen el acento en la decisión en conciencia de los divorciados vueltos a casar a la hora de participar plenamente en la eucaristía, en Argentina ya se aplican y celebran procesos de readmisión en la iglesia…

Advierte el vaticanista Sandro Magister, con buenos contactos entre los críticos a Francisco, que el objetivo final es la próxima revisión de la ‘Humanae Vitae’ de Pablo VI.

Muchos piensan igual que los cuatro cardenales. Ante esta situación, podemos preguntarnos con el Santiago Agrelo, arzobispo de Tánger: “¿Por qué no se habla de la responsabilidad personal de cada cristiano, empezando por los señores cardenales y los señores obispos y los señores presbíteros, en la creación de una situación de muerte para millones y millones de personas, por hambre, por desplazamiento violento, por explotación inicua? Pregunten sobre esto, y no lo hagan al papa, sino al Padre de todos los que mueren, de todos los que nosotros condenamos a muerte, mientras andamos ocupados en hacernos ricos y en condenar a los que señalamos como pecadores”.

La pastoral

En 2001 llegó a España el libro del redentorista australiano John Hosie titulado ‘Con los brazos abiertos. Católicos, divorcio y nuevo matrimonio’. Una cita de autoridad está en el corazón del libro: “El divorcio no es pecado” y nunca lo fue, aunque la Iglesia se opusiera a él. No es una frase del obispo Bergoglio, ni de un teólogo amigo. Ni siquiera de un jesuita. Quien pronuncia estas palabras es Juan Pablo II. San Juan Pablo II.

Para el moralista, un divorcio significa inequívocamente una forma de muerte, pero también puede significar resurrección. “Todos fallamos y todos necesitamos perdón y clemencia. Fue a los excluidos, a los pecadores, a quien Cristo ofreció especialmente su amor y su compasión”, apunta.

Esta es también la tesis de fondo de ‘Amoris laetitia’, leída en su conjunto y en clave pastoral desde el primer número, que dice que “la alegría del amor que se vive en las familias es también el júbilo de la Iglesia”, hasta la oración final a la Sagrada Familia tras el número 325. Plantear que el documento es contrario a la Tradición y al Magisterio de la Iglesia, cuando ha pasado por dos sínodos, consultadas todas las conferencias episcopales y se ofrece una exhortación apostólica matizada, amplia y con más de trescientas referencias a pie de página, es ciertamente una temeridad.

“El perdón es difícil, pero va a la herida y a quien hirió. Es un camino y es una gracia de Dios. Creo que no se puede perdonar sin una gracia de Dios”, recordará para siempre una de las mujeres divorciadas de la diócesis de Toledo de Toledo recibidas la semana pasada por Francisco. En la conversación con Francisco, no les insistió machaconamente sobre el capítulo 8, ni le les preguntó si están entre esos divorciados que se han vuelto a casar y que viven ‘more uxorio’, como si la vida cristiana se redujere a piruetas canónicas y morales –por muy necesarias que sean ambas disciplinas en la Iglesia–.

Simplemente les recomendó el capítulo cuarto, ese que habla del amor apasionado, del amor prudente, del amor desprendido, del que perdona, del que se manifiesta y crece, del que transforma. Sin él no se entiende cómo afrontar las “situaciones llamadas irregulares”.