Rixio Portillo
Profesor e investigador de la Universidad de Monterrey

Cuando el ego gobierna


Compartir

El diccionario de la Real Academia define al ego, en el ámbito del psicoanálisis, como la parte de la personalidad consciente que se reconoce como yo, y actúa como intermediaria entre los instintos, los ideales y la realidad. Es decir, el reconocimiento del yo como intermediación en las relaciones interpersonales y sociales.



Este reconocimiento puede exacerbarse, sobre estimarse, erigirse como absoluto, derivando en egocentrismo, egolatría, y en casos más graves, megalómanos con delirios de grandeza. Los gigantes con el corazón atrofiado.

El primer efecto de esta patología es la anulación de la alteridad, la desconfianza, el prejuicio, lo que conlleva al orgullo y la prepotencia en el que solo reina el yo.

Espejo

El riesgo de un ególatra en el poder

Todas estas actitudes dificultan la convivencia en el plano personal pero cuando una persona así alcanza el poder, el resultado es más preocupante aún. Agravado con el aplauso de una masa que está condenada a quedar encerrada en la jaula del ego del pseudo líder y del poder del status quo del autócrata que les gobierna.

El ego, por cierto, no conoce de ideología o partido político, y el autoengaño se encarga de hacer creer que solo le ocurre a los demás. Difícilmente un ególatra admitirá que tiene problemas de ego pero siempre terminan creyéndose herederos de gestas libertarias en una mitología confeccionada como traje a la medida. Al menos en Latinoamérica todos los políticos estiran a Simón Bolívar.

El asunto es que el ególatra desprecia la alteridad. Los otros solo son instrumentos para sus fines, y quiénes les resultan útiles, para complacer su propio ego, los toleran a cambio de una cuota de complicidad.

Los egolatras siempre terminan mal, como diría el papa Francisco, “subiéndose en su propio ego para ahorcarse” pasan a la historia como dictadores y autócratas, recogiendo el mal que sembraron.

Frente al ego, la humildad

La contraparte a un ego desmesurado está en la humildad, y la gran santa castellana, Teresa de Jesús, la definió con una fórmula sencillísima: “La humildad es andar en la verdad”.

Si, porque la primera verdad de toda persona es que viene de otra y va a otra, que existe por, para y en la alteridad, y que el anular al otro es un callejón sin salida que termina por anularse así mismo.

En Jesús, la humildad fue hasta el extremo, y así “actuando como un hombre cualquiera” aunque era Dios, no hizo alarde de su categoría divina, no se impuso, ni siquiera obligó a nadie a seguirlo, sin duda alguna, un maestro absoluto de humildad, libertad y verdad.

Por eso no es posible que un ególatra siga a Jesús, aunque le invoque, se santigüe, vaya a la Iglesia, sea amigo de curas y cardenales, siempre terminará creyéndose un semi dios y Jesus, no cabría en esa ecuación de poder.


Por Rixio  Portillo. Profesor e investigador de la Universidad de Monterrey