Para muchos, junio es un mes estresante. Llega el momento de cerrar el curso, hacer los últimos exámenes, revisar lo conseguido durante el año o terminar todo lo que tienes pendiente. Las tareas se van acumulando, y los eventos sociales se vuelven cada vez más frecuentes a medida que los días se alargan y va llegando el calor.
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Pero todo este “agobio” rápidamente desaparece cuando llega julio y comenzamos a pensar en las vacaciones, los días de piscina, las fiestas de los pueblos y, en mi caso, los campamentos.
Desconectar para conectar
¿Es lógico que recargue energías justo la semana que menos duermo y más actividades hago al año? ¿Tiene sentido que gastemos nuestras vacaciones para ir a un campamento en el que vamos a trabajar casi más que en nuestros trabajos?
Es difícil de explicar con palabras lo que vivo y siento cada año en los campamentos. Cuando era acampado lo llamaba “la magia de Perales” (el lugar donde hacemos el campamento), y ahora que voy como monitor creo que esa magia, que sigo sintiendo y que es lo que hace que intente no faltar ningún año, es la combinación de muchas cosas que dan sentido a mi vida.
Durante una semana, monitores y acampados paramos nuestras vidas y desconectamos de todo el ambiente digital, los acampados porque no tienen móviles, y nosotros porque no tenemos ni tiempo ni ganas de usarlos.
Nuestra mayor preocupación es encontrar a la mascota perdida del experto malabarista, curar al gran árbol ‘Igualín’ o descubrir qué ha pasado con el ‘floturo’. Detrás de estas historias y aventuras, trabajamos valores y actitudes cruciales para nuestra vida, y conseguimos conectar con aquellas cosas que, debido a la rapidez y la sobrecarga de estímulos y tareas que tenemos en nuestro día a día, dejamos de lado. Temas tan importantes como el cuidado de las relaciones personales y del medio ambiente, descubrir cuáles (o quiénes) son los pilares de nuestra vida, comprender y acoger al “diferente”, o aprender a valorar nuestras habilidades y dones que nos hacen únicos.
Los campamentos son, en definitiva, uno de los pocos momentos que tengo en el año para parar todo y reflexionar sobre qué estoy viviendo, cómo lo estoy viviendo, y cómo lo quiero vivir; una semana para descubrir a qué quiero dedicar mi energía (y mi tiempo).
Propuestas concretas
Desde la JEC apostamos también por los campamentos como espacios de educación no formal claves en el desarrollo de las personas jóvenes. Es por ello que cada verano ofrecemos una propuesta de campamento o jornadas formativas en algunas de las regiones en las que estamos presentes (Extremadura, Murcia y Palencia).
Este año, al hilo de nuestras campañas bienales que lanzamos en febrero, las actividades se centrarán en trabajar las presiones que sufrimos las personas jóvenes (secundaria) y la participación política de las jóvenes (universidad).
Entre las tres regiones, esperamos que más de 100 jóvenes de entre 12 y 22 años vivan la experiencia y compartan durante una semana esa “magia” de la que hablaba al principio, ese descubrir, a través de dinámicas, juegos, reflexiones y mucha convivencia, qué sociedad y qué vida queremos vivir, y por tanto qué tenemos que hacer para construir esa utopía en nuestros ambientes.
Aprovecho el final de esta entrada también para despedirme momentáneamente de este blog. Estar en los tres campamentos de la JEC más el tradicional de mi parroquia es totalmente incompatible con mantener una entrada semanal en este blog, y además el verano me va a ayudar a mirar con cierta perspectiva las entradas que he escrito este año, y valorar cómo quiero enfocar este blog de cara al curso que viene.
Gracias a todas las que habéis leído el blog cada semana, y espero que el verano nos ayude a desconectar y coger con más fuerza e ilusión el curso que viene.