Teóloga y psicóloga

Cuando pedir misericordia es un escándalo


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El pasado 21 de enero terminaron oficialmente los fastos de investidura de Trump como presidente de los EEUU. El broche de oro, por tradición, es un servicio religioso en la catedral de Washington, que esta vez fue noticia por la homilía de Mariann Budde, obispo episcopal de la ciudad. Aunque parezca increíble, generó polémica y malestar que un líder espiritual pidiera a un poderoso que tuviera “misericordia de la gente que ahora tiene miedo”. Curioso.



La respuesta de Trump fue burlarse, despreciar a esta mujer y pedir que se disculpara. Elon Musk, su fiel vasallo, acusó a esta mujer de tener una mentalidad progresista (curiosa crítica) y políticos como Mike Collins llegaron a decir que esta mujer “debería ser añadida a la lista de deportaciones”. ¡Por pedir misericordia! Es una pena, porque a medida que avanza Trump con su despótica presidencia, más relevante me parecen sus palabras.

Todo el discurso de Budde fue una oración “por la unidad que fomenta la comunidad por encima de la diversidad y la división. Una unidad que sirva al bien común. La unidad, en este sentido, es un requisito previo para que las personas vivan en libertad y juntas en una sociedad libre. Es la roca sólida, como dijo Jesús, sobre la que construir una nación. No es conformidad. No es victoria. No es cansancio cortés ni pasividad nacida del agotamiento. La unidad no es partidista. Más bien, la unidad es una forma de estar con los demás que abarca y respeta nuestras diferencias. Nos enseña a considerar las múltiples perspectivas y experiencias vitales como válidas y dignas de respeto. Nos permite, en nuestras comunidades y en las esferas de poder, preocuparnos de verdad los unos por los otros, incluso cuando no estamos de acuerdo”.

Mariann Edgar Budde, obispa episcopaliana de Washington

¿Acaso no es digno de ser escuchado?, ¿acaso no necesitamos todos que alguien nos recuerde el valor de la unidad así entendida? Se trata de no negociar con “la cultura del desprecio que se ha normalizado en este país y amenaza con destruirnos”. En Trump es evidente, pero también podemos reconocerlo en nuestro entorno más cercano, en el ámbito político, en el laboral, en el familiar algunas veces. ¿Acaso no recurrimos con demasiada frecuencia al desprecio de todos aquellos que piensan o viven distinto? ¿Acaso no confundimos la libertad y la confianza en uno mismo con la falta de respeto de los distintos, especialmente, si están en una situación de mayor fragilidad respecto a cada uno de nosotros? ¿Acaso no anteponemos la victoria o nos resguardamos en el conformismo en lugar de seguir luchando por el entendimiento y la libertad?

Mariann Budde defendió tres claves para posibilitar la unidad así entendida:

  • Honrar la dignidad inherente a todo ser humano… lo que significa negarse a burlarse, descartar o demonizar a aquellos con los que discrepamos”.
  • Honestidad… Si no estamos dispuestos a ser sinceros, no sirve de nada rezar por la unidad, porque nuestras acciones van en contra de las propias oraciones… Cuando sabemos lo que es cierto, nos corresponde decir la verdad, especialmente cuando nos cuesta”.
  • Humildad, que todos necesitamos porque todos somos seres humanos falibles. Cometemos errores, decimos y hacemos cosas de las que luego nos arrepentimos, tenemos nuestros puntos ciegos y nuestros prejuicios, y quizá seamos más peligrosos para nosotros mismos y para los demás cuando estamos convencidos sin lugar a duda de que tenemos toda la razón y de que los demás están totalmente equivocados”.

Y, sin embargo, nos hemos quedado con el ruido del conflicto, de la mala cara de Trump o de lo oportuno o no que era decir algo que incomodara en esa situación. Va a resultar que pedir misericordia, lejos de ser una palabra más o menos piadosa, puede ser un acto de valentía y justicia revolucionaria. Pedir a quien maltrata y somete a otros (¡no solo Trump!) que sea misericordioso puede ser un escándalo. Ojalá lo hagamos más. Porque pedir misericordia para otros implica visibilizar a quienes quedan en la sombra y prestar nuestra atención y nuestra palabra al dolor ajeno. Cuando nos callamos y dejamos que las cosas sigan su curso, siempre llega un momento en que “ya es demasiado tarde”, ya no habrá remedio…

No hay mejor manera de acabar estas líneas que con las palabras de Budde: “Que Dios nos conceda la fuerza y el valor para honrar la dignidad de todo ser humano, para decirnos la verdad unos a otros con amor, y para caminar humildemente unos con otros y con nuestro Dios por el bien de todas las personas. Amén”.