La biografía de Benedicto XVI, sin duda reflejo de una vida apasionante y decisiva para la Iglesia, está disponible y autorizada por él. Peter Seewald, el periodista que en varias ocasiones ha publicado conversaciones con el Papa Emérito, nos sorprende con mil páginas. Las leeré. Supe de esto por el artículo de Vida Nueva y me pareció muy interesante el titular sobre las humanidades supuestamente humanas. ¿Falsos humanismos? ¿Hay falsos humanismos?
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Hay personas que no se han preguntado esto jamás. Si tuvieran que dibujar la curva de la humanidad, serían incapaces. ¿Cuál es el criterio, preguntarían? Pues cada uno según sus valores personales. Valores es una palabra que nadie sabe lo que dice. Los que lo han pensado, incluso hablan de contravalores. El tema se vuelve muy complicado. Algo muy frente, por ejemplo, confundir el amor propio y el egoísmo, la solidaridad y el sentirse bien con conciencia tranquila e incluso mejor que otros, la libertad y hacer lo que me nace en cada momento sin saber de dónde viene, la responsabilidad y el trabajo, la vida y el tiempo, el ocio y la ociosidad, el compromiso y la ideología… Podríamos seguir.
Persona y humanismo
Efectivamente, la gran cuestión es sobre la persona, sobre el ser humano, sobre el humanismo. Un buen pensamiento crítico se situaría a ese nivel de incapacidad consigo mismo. Porque, no lo olvidemos, las personas somos las que nos pensamos en este problema y hay una escisión imposible entre ser al mismo tiempo objetos de pregunta y sujetos que preguntan. Dicho de otro modo, aunque sea muy rápido, estamos implicados de tal modo en la pregunta que sólo cabe entonces responder prácticamente, con la propia vida. Esta es la gran cuestión, la única cuestión quizá decisiva en todo ámbito, que nos exige radicalmente desde el inicio.
H. Arendt lo plantea en “La condición humana”, en la nota a pie de página segunda del capítulo primero, citando a Agustín en Confesiones X. Merece la pena leer esos dos capítulos y contrastar entre ambos la tensión: entre el siglo XX, escribiendo una judía que pudo escapar de Alemania antes de la Shoah, y en el siglo IV-V, a modo de autobiografía, de un cristiano converso desde la vida para sí misma que se busca a sí misma. Creo que merece su lectura.
Agustín plantea quién soy, no qué. Dejando el qué solo para Dios. Es decir, un humanismo que se encuentra ante sí mismo tan implicado que sólo puede, y debe, esperar una respuesta desde fuera de sí mismo, que de hecho la reclama desde la adolescencia, desde los primeros pasos decisivos, desde la madurez incómoda con su propia historia. El “qué hago aquí”, del barroco español, y su por qué haber nacido, el “ser arrojado a una historia en la que descubre estar”, del pesimismo del siglo XX, se desbarata y menosprecia en la diferencia ontológica de quien puede preguntar qué o quién.
Hace años, me regalaron ‘El hombre en busca de su humanidad’, de Marcel Légaut. Hoy tendría que ser titulado: ‘La persona en busca de su humanidad’. Verdaderamente sorprendente. Escrito en forma de tesis justificadas. Comienza con: “Los bienes que se pueden desear sin haber profundizado lo bastante humanamente, decepcionan una vez utilizados”. Y termina sencillamente: “Jesús de Nazaret es ese precursor, ese maestro y ese padre según el espíritu, para sus discípulos”. Un auténtico camino.
La humanidad con Dios
¿Humanidad? Imposible de medir. ¿Cuáles son los criterios, nos los damos a nosotros mismos? ¿Más humanidad en quienes atienden a los demás que quienes cuidan de los suyos en casa? ¿Más entrega en quien sale a trabajar que quien se queda en el confinamiento conjugando niños y teletrabajo? ¿Generosidad de quien aporta sus bienes económicos o quienes acuden como voluntarios? ¿Quiénes disponen de su tiempo para los que desconocen o quienes siempre están disponibles para los amigos? ¿Los que siempre comparten mensajes bonitos o quienes incitan a llorar? ¿Los que hacen su trabajo o los que no pueden hacerlo? ¿Los que no tienen tiempo o los de las interrupciones?
Profundizar en lo humano, más allá de los mensajes fáciles y las respuestas inmediatas, especialmente cuando topamos con las personas de carne y hueso, concretas, individuales, con rostro, es todo complejidad tras complejidad, misterio que se manifiesta, descubre, muestra, surge, aparece, interroga. ¿Cómo hacerse cargo del otro, que soy también yo mismo, pero más, superado, sacado de mí mismo en semejanza y diferencia? ¿Cómo vivir al prójimo? ¿Cómo vivir al prójimo, sino como llamada que me revela?
Ahí estamos, ahí nos encontramos. En el Dios que se revela continuamente, en el Dios que se encarna, que es el Padre de Jesucristo. ¡Tanta revelación es ininventable! Final, la humanidad no puede ser dicha por sí misma. Arendt así lo explica, pero se queda en los márgenes de los demás. ¿Y si pensamos en que, lo que soy, el verdadero humanismo y mi misma humanidad, no puede ser dicha sin Dios?