Hace poco he tenido la oportunidad de pasar unos días en el monasterio de Santa María de Carbajal (León), muy bien acogido por las monjas benedictinas. En la oración de Tercia rezábamos, entre otros, el Salmo 120 (119): “En mi aflicción llamé al Señor, y él me respondió. Líbrame, Señor, de los labios mentirosos, de la lengua traidora. ¿Qué te va a dar o mandarte Dios, lengua traidora? Flechas de arquero, afiladas con ascuas de retama. ¡Ay de mí, desterrado en Masac, acampado en Cadar! Demasiado llevo viviendo con los que odian la paz. Cuando yo digo: ‘Paz’, ellos dicen: ‘Guerra’”.
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Es evidente que estamos ante una súplica en la que es importante el motivo de la paz. Pero también es posible que algunos elementos del salmo se nos escapen. Por ejemplo, ¿qué significa la mención de Masac y Cadar? Según el P. Luis Alonso Schökel, “quizá sean nombres emblemáticos: el orante representa a la comunidad judía, habitando entre pueblos hostiles, calumniada y denigrada, deseosa de paz y víctima de agresión”.
En todo caso, desde antiguo se aplicó a la Escritura el principio según el cual, cuando el lector o el orante se encontraba con un texto difícil, era señal de que debía leerlo en clave alegórica (o espiritual). El judío Filón de Alejandría (ca. 20 a. C. – ca. 45 d. C.), por ejemplo, interpretaba alegóricamente los textos bíblicos que consideraba inadmisibles, como los antropomorfismos divinos o episodios escabrosos. Asimismo, en el ámbito cristiano, Orígenes (ca. 184 – ca. 253) leía espiritualmente todo aquello que le parecía indigno o impropio en la Escritura.
El “sentido literal”
Aquí está el fundamento de los llamados sentidos de la Escritura, que Agustín de Dinamarca (siglo XIII) plasmó en su famoso dístico: “Littera gesta docet, quid credas allegoria, moralis quid agas, quid speres anagogia” (La letra enseña los hechos; la alegoría, lo que has de creer; el sentido moral, lo que has de hacer; y la anagogía, aquello a donde has de tender), es decir, los sentidos literal, alegórico, moral y anagógico (o místico). Es posible que hoy en día no compartimentemos tanto los diversos sentidos de la Escritura, pero es evidente que en ella descubrimos, al menos, dos grandes sentidos: literal y espiritual.
Sea como fuere, en nuestra época moderna es irrenunciable partir del sentido “literal” –no literalista– para poder acceder luego al sentido “espiritual” de los textos bíblicos. Porque de lo que se trata es de que la Escritura siga hablando al hombre de hoy. Como dice la tradición rabínica, “la Torá –la Escritura– tienen setenta caras [es decir, plenitud de sentido]” (Nm Rabbá XIII,15-16).