MIÉRCOLES. En el Ministerio de Educación se saben deudores. Por su dislate con la concertada, aun cuando no lo reconozcan ni se dispongan a enmendar. Por la carpeta olvidada donde se guardaba la propuesta de los obispos para la asignatura de Religión. El nombramiento de Raquel Pérez para el Consejo Escolar es algo más que un remiendo. Una interlocutora. Y no será el único movimiento de Moncloa para destensar. Al menos, eso me dejan caer.
MIÉRCOLES. No es católico para la foto. Antes del respaldo de los cristianos socialistas catalanes, al ex ministro Illa no se le había oído confesión alguna. Solo una imagen a golpe de móvil con el cardenal Omella en su pueblo en verano. Pero pocos saben que en septiembre se escapó a Montserrat a pasar el día con su esposa. No como turista. Jornada de encuentro con la comunidad, almuerzo incluido. Y café sin prisa a solas con el abad. Ni tan siquiera hubo que poner el ‘cámaras no’ como condición para la visita. No se trataba de captar votos, como sí ha querido alguno que otro que buscaba cortejar a la ‘Moreneta’. Petición desestimada. La patrona no entra en campaña.
DOMINGO. Noche trasnochada. Ni fiestas ni quebrantamiento del toque de queda. Un mal sueño. Después, a misa. Consuelo. A Job también le pasaba. “Se alarga la noche y me harto de dar vueltas al alba”. Afortunadamente, lo mío es aislado. Lo suyo debió de ser de traca. ¡Ojalá tuviera su fe!
LUNES. Visita a la fisio. Brazo con movilidad reducida. Uno piensa que es fruto del deporte. De hacer el gorila. Va a ser que no. “Es el ratón del ordenador”. Uso y abuso postural. “Esos vicios cotidianos a los que no se dan importancia, pero que van erosionando”. Lección biológica aplicable a un retiro de Cuaresma. Esa mala cara ante una propuesta, esas contestaciones al aire, los microegoísmos que van calando, desvían la columna y acaban presionando un nervio fundamental para la movilidad interior. Diagnostíquese. Por un profesional. Y trátese. Cuarenta días por delante.
MARTES. Josefina Bakhita. La trata. Lejos de frenarse, la pandemia la ha acentuado. Y no hace falta escaparse a un polígono industrial. También en el bloque de vecinos. Se explota a quien limpia y cocina por casi nada. O se le deja un colchón a cambio de que sea compartido. Esclavitud al otro lado del descansillo.