José Luis Pinilla
Migraciones. Fundación San Juan del Castillo. Grupos Loyola

Cuidados


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Un video en redes sociales muestra cómo una mujer canadiense creó un “guante de abrazo”, con una lona transparente y mangas de plástico para poder abrazar a su madre durante la cuarentena por Covid-19.

No parece ser fácil transmitir abrazos. Para todos y para con los emigrantes que llegan a nuestras costas es mucho más difícil. Pero sí es posible cuidarlos… y cuidarnos. Luis Arancibia, delegado de Jesuitas Social, compartió en un encuentro con el Servicio Jesuita al Migrante varias claves para estos tiempos de cambio en tantos aspectos.



Me detengo solo en el deseo de trabajar en los cuidados. No solo para con los migrantes, sino para nosotros mismos. Cuidar es también cuidarnos. Es “el tiempo para sostenernos, alentarnos, conmovernos, ser audaces, confiar”…

Muy importante esto de los cuidados. Es lo que debe primar por encima de la mera gestión de la cosa pública. Ya sea empujados por la crisis de refugiados o por otras crisis pandémicas. Con sumo cuidado y ternura, sobre todo, con los débiles. En el frontispicio de esta ética de los cuidados está la necesidad de cuidar la fragilidad. La de las personas. Y la de la creación. Y a ambas las ha “fotografiado” la palabra cálida del papa Francisco para toda la humanidad en sus gestos y palabras.

De imperativos morales habla la ética del cuidado de Carol Gilligan diferenciándose del ámbito de la ética de la justicia. Ambas defienden la igualdad, pero mientras la ética de la justicia subraya la imparcialidad y la universalidad para eliminar las diferencias, la ética del cuidado destaca el respeto a la diversidad y a los diferentes. En la ética de la justicia los individuos son formalmente iguales y deben tratarse de modo igualitario, mientras que los individuos de la ética del cuidado son diferentes, irreductibles y relacionados.

Cerrar los CIE

Para “cuidarnos” pero ¡ojo! fuera de las búsqueda de los frutos electorales. Porque los políticos no tienen que aparecer mediáticamente –aunque si sería conveniente que lo hicieran alguna vez en las aceras– con muchas voces sociales –frente o dentro del CIE de Aluche o de Gran Canaria u otros–. O en algún Círculo de silencio promovido por tantas instancia eclesiales. También entra en la ética de los cuidados protestar ante el nuevo CIE que se quiere en Algeciras. Un proyecto, anunciado por el anterior ministro del Interior, Juan Ignacio Zoido (PP), y retomado por el actual, Fernando Grande-Marlaska (PSOE) que comienza a desbloquearse para su uso…

Cuanto desearía yo que en vez de reabrir se cuidaran y preocuparan muy mucho en cerrarlos. Y que sus preocupaciones y cuidados fueran para alternativas en la acogida y la hospitalidad. Y – por poner un ejemplo fácil– a modo de arropamiento y cuidado anónimo con la manta de aluminio (por ejemplo) para con los cientos que están llegando estos días. O acariciaran –aunque fuera con guantes como los sanitarios hacen ejemplarmente– al último náufrago recién llegado (¡sin que apareciera en ‘Salvados’, por ejemplo) sin buscar otro fin que la hermosa y gratificante gratuidad del servicio.

Es decir, que no solo gestionaran sino que cuidaran (¡sin contagiar!) a los afectados por el éxodo migratorio y cuidaran la soledad y el desamparo, humano, y legal, sin protagonismos populistas y lo hicieran con medidas eficaces que no menoscaben la dignidad.

 Scaled

Recuerdo ahora la impresión que me produjo la noticia del descubrimiento de dos refugiados abrazados en un barco naufragado en el fondo del mar en las costas de Lampedusa en 2013. Cuidándose el uno del otro, morían intentando cumplir su sueño: encontrar un nuevo futuro. Futuro que terminó, entonces, naufragando también como el de otras 366 personas, de ellas 41 menores. 

Ahora no podemos abrazar pero sí cuidar a los vulnerables, y cuidarnos a nosotros mismos, recargar el corazón y fortaleciendo las leyes que hagan que muchos más, en la acogida y en la hospitalidad, sientan que son cuidados por otros. Aunque seamos distintos en lengua, raza, religión, país. El cuidado manifestado de muchas maneras, aun con la debida distancia social, no necesita papeles ni fronteras.

Los cuidados a los otros y a nosotros mismos sin egocentrismos te rescatan casi de manera literal del naufragio, marino o social, del solipsismo, recomponen tus partes rotas porque te unifican en la atención al otro, rompen todos los miedos porque ves en el prójimo y en ti mimo la necesidad del acompañamiento fiel, dulcifican las heridas, fortalecen las debilidades y crean una obra de arte con los pedazos de tu corazón para seguir latiendo y bregando por construir cuidadosamente la ciudad abierta. Y no aislada como quieren aislar de la Península a los migrantes de Canarias, de Ceuta y de Melilla…