En 1988 escribí un ensayo titulado ‘¿Qué significa pensar?… desde América Latina’, aludiendo a la propuesta de Martin Heidegger que tiene el mismo encabezado -Was heisst Denken?-, y aunque no precisa que su pregunta se sitúa en Europa, uno lo debe suponer.
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El texto, dedicado a mis profesores europeos, y con el V Centenario del ‘descubrimiento’ de América como ocasión propicia, afirmaba entre otras cosas que todo pensamiento está situado, geográfica y existencialmente.
No es lo mismo producir teología en una biblioteca de Bonn, Alemania, que en una favela de Río de Janeiro, Brasil. No es que un discurso sea mejor que otro: son diferentes, e igualmente valiosos, de acuerdo a sus propias coordenadas.
De ser cierta esta tesis, deberíamos aceptar que el horizonte teológico de Josep Ratzinger, prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe, de 1981 al 2005, con profundas raíces germanas, influyó en su manejo de la misión encomendada. Sus énfasis y matices, sus preocupaciones y acentos, su gestión, en suma, eran propias de quien pensaba y veía el mundo entero, la Iglesia universal, con categorías europeas.
No extraña, entonces, la animadversión que se tuvo en esas décadas hacia la teología de la liberación latinoamericana. No había mala intención, sino incapacidad para comprender procesos pastorales muy lejanos, no obstante que la mayoría de los teólogos de aquella región se habían formado, paradójicamente, en Europa.
Ahora que un argentino es Papa, y otro ‘che’ Prefecto del Dicasterio de la Doctrina de la Fe -monseñor Víctor Manuel Fernández, ‘Tucho’-, suponemos que, conforme al mismo protocolo, los anteojos con los que se mirará la fe serán distintos.
No cambiarán los dogmas, quizá tampoco en el corto plazo algunas verdades consideradas como definitivas -el celibato sacerdotal obligatorio, la imposibilidad del sacerdocio femenino y del matrimonio sacramental de personas homosexuales, la acogida de los divorciados vueltos a casar en la comunión eucarística, etc.-, pero se mirará la realidad desde la periferia, y no desde el eurocentrismo que ha privado a lo largo de los siglos.
Francisco de Roma ha encargado al nuevo Prefecto cuidar la fe, y de seguro lo hará, sólo que ahora desde América Latina… claro, sin perseguir a los teólogos europeos, pues no se trata de tomar venganza.
Pro-vocación
Qué curioso. Luis Marín de San Martín, subsecretario general del Sínodo, acaba de afirmar: “Habrá tres palabras clave -en la asamblea sinodal-: armonía, para mostrar la unidad en la fe y que somos una sola Iglesia…; polifonía, para mostrar la variedad; y sinfonía, para mostrar juntos la belleza de la evangelización”.
Hace dos años, el arzobispo de Monterrey, Rogelio Cabrera López, escribió: “Para ello (la construcción de la democracia) propongo la sinfonía: escucha todas las opiniones y reconoce la verdad que hay en ellas; la simpatía: sensibilidad, solidaridad, en especial con quien sufre; y la sinergia: conjunto de acciones que nos permiten impactar en el bien común, como base de la sinodalidad política”. Qué curioso. Llama la atención tal similitud de conceptos.