Uno de esos fenómenos en la contemporaneidad es el título de la nota de esta semana, esa mala costumbre frente a una tragedia o conflicto de culpar a la víctima en esa búsqueda de por qué.
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La postura va en todos los niveles de la sociedad. La culpa de la violencia es responsabilidad de los pobres, que tienen una etiqueta de condena en criminalidad, como si la corrupción conociese de ceros en la cuenta de banco o no los hubiese en gente de cuello blanco.
La culpa es del otro
En la pareja, cuando por una infidelidad, la culpable es la esposa porque no atendió al marido como se debe, porque dejó que buscara en la calle, lo que no conseguía en casa. O también en los feminicidios, en el que las mujeres son responsables de los actos del verdugo, por tentarlo con la ropa, por la simple actitud femenina, hasta por el delito de salir a una fiesta durante la noche.
En la inseguridad social, el culpable del asalto es la víctima por utilizar un teléfono inteligente de última generación en la calle, llamando la atención de los ojos curiosos y las manos inquietas del tentador asaltante, que no tenía más remedio.
Y la lista podría seguir, ya que se ha pretendido insistir en la idea de que el mal realizado es generado, producido, efecto de, a causa de, con la intención de anestesiar la conciencia, o peor aún, victimizando al verdugo, justificando el mal hecho, y en eso los medios tienen su cuota de responsabilidad.
Un ejemplo, las películas de los villanos endulcorados con sus traumas personales y familiares, razones para comprender al personaje siniestro y para que desviemos la mirada y utilicemos la lógica inversa de que el malo es bueno, y el bueno, es tonto y por tonto es que le pasan las cosas.
Venezuela y el discurso equilibrado
Lo mismo ocurre con Venezuela, — y perdonen los lectores lo reiterativo de estos últimos textos, pero es lo que atraviesa el país que siento y me duele —, para más de uno, los responsables de toda la tragedia fueron los venezolanos que salieron y votaron.
Los culpables de todo el horror son los que se atrevieron y osaron ejercer un derecho civil, en condiciones adversas, a elegir la libertad, la democracia, la no violencia y la paz, ¿cómo se les ocurrió atreverse a tanto?, mejor digamos que no hubo ganadores, solo perdedores.
¿Quiénes son los perdedores? Los más de 1600 detenidos, los más de 130 menores de edad acusados, las 300 mujeres presas, pero ese no es un estado de macho violador, porque como se dice de izquierda, la culpa es del otro.
Peor aún, cuando los opinadores de oficio afirman que mejor es mantener el status quo, un poder no legal, pero sí de facto, y así evitamos enojar al represor, culpando a las víctimas por elegir una cosa distinta, por poner a prueba los negocios internacionales, por poner primero sus necesidades básicas que los barriles de petróleo que necesitan los otros países. ¿Cómo no pensaron en eso los venezolanos?
Mientras tanto se sigue jugando al tiempo, ya que las víctimas no tienen apuro, pueden seguir resistiendo, o mejor que se dobleguen de una vez para que dejen de molestar, sino también podrían seguir esperando mientras se organiza una cumbre de alto nivel en una lujosa y paradisiaca isla del caribe para declarar una alarmante preocupación conjunta.
Y para no cerrar el texto con ideas tan dantescamente reales, una invitación de un libro de la importante filósofa Adela Cortina, en la línea de esos valores necesarios:
“Para alimentar la compasión conviene cultivar la empatía, esa emoción o sentimiento que nos permite situarnos en el lugar del otro y reconstruir con la imaginación qué es lo que siente, sea una experiencia alegre o triste, placentera o dolorosa”.
Si, empatía para no seguir culpando a la víctima.
Por Rixio G Portillo R. Profesor e investigador de la Universidad de Monterrey