El día que nos dejen salir, nos habrá cambiado la mirada. Llegué a pensar que podría ser la interior, pero esa seguirá miope. Nos cambiará la mirada hacia el otro, a ver si se acerca mucho en la frutería o si lleva mascarilla, que hay mucho asintomático, que son los peores, los que pasan el bicho sin ser conscientes, como aquel leproso de Graham Greene, que iba por el mundo sin campanilla, algo que sucede mucho en la Iglesia, que se agarra a que te hacen una cosa con la mejor voluntad del mundo y te están crujiendo.
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Siempre los ha habido, claro, pero ahora hay un rebrote de estos asintomáticos, curas y fieles rebozados de Evangelio que piensas que cómo te van a pegar nada malo, pero ahí están, proliferando en la redes sociales, contagiando desconfianza, rechazo, prejuicios, ideología, difundiendo un proselitismo de clase, carnés de purismo y pureza evangélica, con una clara descompensación de los niveles evangélicos, una bajada importante de la misericordia y con la soberbia por las nubes.
“Cafres insensibles”, me confiesa un sacerdote, que no entiende a esos hermanos que difunden vídeos sobre el Ramadán de los musulmanes y una Semana Santa que, aseguran, el Gobierno ha prohibido, un ejemplo de “la manipulación interesada” que prolifera en Internet y que los obispos denunciaban hace un año.
Son los curas gourmet, los masterchefs del rito, los talibanes del sagrario, a los que jalean en vídeos glam familias que reclaman la eucaristía, porque necesitan comulgar antes de viralizar campañas para no marcar la casilla de la Iglesia, porque los obispos se han lavado las manos con Cataluña y, además, ahora los preside un indepe. Estos días los he visto en la tele. Estaban en abarrotadas mezquitas de Indonesia y en los barrios ultraortodoxos de Tel Aviv.