“Dad salud o enfermedad”


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El verso de santa Teresa se hace carne cada día en una sala de hospital y, antes o después, en la vida de cada persona. En algunos casos demasiado pronto, sorprende la muerte o viene la enfermedad, y perdemos pie.



Porque es fácil creer y tener confianza en Dios como padre cuando las cosas nos van bien y disfrutamos de salud, somos jóvenes, hacemos deporte y quizás pensamos que ese estado vital va a durar siempre.

Surgen las dudas

Pero no es así… Los años pasan, las articulaciones se hacen menos flexibles, pequeñas lesiones se convierten en crónicas y fuente de dolor continuo o limitaciones permanentes. Quizás por primera vez, nos sentimos vulnerables y nos angustia el futuro. ¿Qué será de nosotros cuando envejezcamos? ¿Quién nos cuidará cuando nos fallen las fuerzas? ¿Quién velará nuestro sueño en una fría cama de hospital o sostendrá nuestra mano en una sala de urgencias?

Es fácil rezar cuando se está al otro lado de la mesa en una consulta médica, o en pie al pasar visita, en vez de ocupar el puesto del paciente, inmóvil en el lecho, su vida unida a un suero con medicamentos que necesita, pero que pueden ser también una cadena que dificulte la autonomía y el movimiento.

Médico general

Los versos de Teresa

Los versos de Teresa, en cierto modo evocadores de la indiferencia ignaciana, nos colocan en una de las más profundas encrucijadas de nuestra vida: creer y confiar en medio de la adversidad, del sufrimiento y la negrura, en ocasiones absoluta y sin aparente salida (muerte, enfermedad, deshonra, guerra, flaqueza, pobreza, desconsuelo, tristeza, infierno). La santa no olvida ninguno de los posibles flagelos que amenazan la vida humana, algunos naturales, otros resultado de la acción del ser humano; todos ellos dolorosos.

¿Puede tenerse esperanza y fe en la noche oscura? Ese es el mayor reto del creyente; es súplica y gracia, apuesta y convicción, coraje y lágrimas. Lo expresa Jesús con claridad en el Padrenuestro: “No nos dejes caer en la tentación”… Que podría expresarse también así: “Cuando nos llegue la prueba, no nos dejes sucumbir a ella”.

Llegará un día…

Llegará un día en que ya no estaré al otro lado de la mesa, ni en pie en un pase de sala, sino que seré yo quien espere el diagnóstico del médico o reciba los tratamientos endovenosos que necesitaré para conservar vida o función. Ojalá en ese momento no flaquee mi fe. Al fin y al cabo, nacimos para Dios, y a Él confiamos en volver. Porque, en salud y enfermedad, en pobreza o riqueza, en honra o deshonra, en alegría o tristeza, somos de Él y hacia Él caminamos, a veces con garbo, a veces con vacilación y miedo.

Recen por los enfermos, por quienes les cuidamos, por este país y por este mundo.