Una de las figuras más emblemáticas de la caridad cristiana en la segunda mitad del siglo XIX es, a su vez, una de las más controvertidas, acompañado por la polémica durante su vida e incluso después de la muerte. No debería extrañarnos pues más recientemente, en el siglo XX, a alguien como la madre Teresa de Calcuta no le faltaron los detractores y acusadores que veían en su impresionante obra asistencial todo tipo de motivaciones ocultas y siniestras; pero se trataba de una organización a gran escala, con gran seguimiento mediático -muy a pesar de la fundadora, que no lo buscaba- y a nivel internacional, lo que podía fácilmente levantar sospechas; sin embargo en el caso del P. Damián de Veuster no había nada de eso, se trataba más bien de su modo de ser y actuar que no gustaba a algunos, entre los cuales hubo gente de dentro y de fuera de la Iglesia.
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El joven Jozef ingresó en el noviciado de los Padres de los Sagrados Corazones en Lovaina, a principios de 1859, tomó en religión el nombre de Damián, probablemente por el primer san Damián, médico y mártir junto con su hermano san Cosme en el siglo IV. Fue admitido a la profesión religiosa el 7 de octubre de 1860 y en aquel momento sus superiores pensaron que no era un buen candidato para el sacerdocio porque carecía de educación, aunque no se le consideraba poco inteligente. Como aprendía bien latín con su hermano, los superiores decidieron permitirle ser sacerdote. Durante sus estudios teológicos, Damián rezaba a diario ante una imagen de San Francisco Javier, para ser enviado a una misión y ocurrió que tres años más tarde, cuando su hermano Pamphile no pudo viajar a Hawái como misionero por enfermedad, aun teniendo el viaje ya preparado, a Damián se le permitió ocupar su lugar sin ni siquiera ser sacerdote.
Con los nativos
El 19 de marzo de 1864, Damián llegó al puerto de Honolulú en Oʻahu. Fue ordenado sacerdote el 21 de mayo de 1864, en la actual Catedral de Nuestra Señora de la Paz y unos meses después fue destinado a la misión católica de Kohala del Norte, en la isla de Hawái. Mientras trabajaba pastoralmente en varias parroquias de Oʻahu, el Reino de Hawái se enfrentaba a una escasez de mano de obra y a una crisis de salud pública. Muchos de los feligreses nativos hawaianos tenían altas tasas de mortalidad debido a enfermedades infecciosas como la lepra, la viruela, el cólera, la gripe, la sífilis y la tosferina, traídas a las islas por comerciantes, marineros e inmigrantes extranjeros. Miles de hawaianos murieron a causa de estas enfermedades, contra las que no habían adquirido alguna inmunidad.
Se cree que los trabajadores chinos llevaron la lepra (más tarde conocida como enfermedad de Hansen) a las islas en las décadas de 1830 y 1840. En aquella época, se creía que la lepra era muy contagiosa e incurable, se pensaba también que se transmitía como enfermedad venérea. En 1865, por miedo a esta enfermedad contagiosa, el rey hawaiano Kamehameha V y la Asamblea Legislativa de Hawái aprobaron la “Ley para prevenir la propagación de la lepra”, que puso en cuarentena a los leprosos de la isla, obligando a trasladar los casos más graves a una colonia de asentamiento en Kalawao, en el extremo oriental de la península de Kalaupapa, en la isla de Molokai. El condado de Kalawao, donde se encuentran los dos pueblos, está separado del resto de Molokai por una escarpada cresta montañosa. Entre 1866 y 1969, unos 8.000 hawaianos fueron enviados a la península de Kalaupapa para someterse a cuarentena médica.
Más allá de los recursos
En un principio, el Real Consejo de Salud proporcionó alimentos y otros suministros a las personas en cuarentena, pero carecía de personal y recursos para ofrecer una atención sanitaria adecuada. Según documentos de la época, el Reino de Hawái no pretendía que los asentamientos fueran colonias penales, había planeado que los leprosos pudieran cuidarse a sí mismos y cultivar sus cosechas. Sin embargo, el Reino no proporcionó suficientes recursos para mantenerlos y debido a los efectos de la lepra y a las condiciones ambientales de la península, el plan original no se pudo llevar a cabo y las condicione de vida de los enfermos de lepra fueron cada vez más precarias.
Aunque el obispo Louis Désiré Maigret, vicario apostólico de Honolulú, creía que los leprosos necesitaban un sacerdote que los asistiera, se dio cuenta de que esta misión tenía un alto riesgo y no quería enviar a alguien en nombre de la obediencia. Tras mucho rezar, cuatro sacerdotes se ofrecieron voluntarios para ir, entre ellos el padre Damián, y el obispo planeó que los voluntarios se turnaran para asistir a los habitantes.
Servir como sacerdote
El 10 de mayo de 1873, el padre Damián llegó al asentamiento aislado de Kalaupapa, donde había entonces 600 leprosos, y fue presentado por el obispo. Damián trabajó con ellos para construir una iglesia y establecer la parroquia de Santa Filomena. Además de servir como sacerdote, curó las úlceras de los residentes, construyó un embalse, construyó casas y muebles, hizo ataúdes y cavó tumbas. Seis meses después de su llegada a Kalawao, escribió a su hermano Pamphile, en Europa: “…Me hago leproso con los leprosos para ganarlos a todos para Jesucristo”. Lo que entonces no sabía el fervoroso misionero era que dicha frase se iba a hacer realidad en su sentido más literal.
Durante este tiempo, el padre Damián cuidó de los leprosos y nombró agentes de pastoral de la comunidad para ayudar a mejorar el estado de vida de todos. Él mimo se puso manos a la obra enseñando, pintando casas, organizando granjas y organizando la construcción de capillas, carreteras, hospitales e iglesias. También vistió a los enfermos, cavó tumbas, construyó ataúdes, rezó en el cementerio y consoló a los moribundos, comió comida a mano con los leprosos, compartió pipas de tabaco con ellos y vivió con ellos como iguales. Como sacerdote, anunció el Evangelio y celebró los sacramentos entre los leprosos en la parroquia y las diferentes capillas que construyó; les decía que, a pesar de lo que el mundo exterior pensara de ellos, siempre eran preciosos a los ojos de Dios.
Llevar a cabo su proyecto
Damián tenía un sueño: una existencia normal para sus leprosos. Quería que sus pacientes llevaran una vida “normal”, y eso significaba fiestas, matrimonios, buena comida, ropa, aseo y, sobre todo, cuidados de enfermería. Sabía que le quedaba poco tiempo para llevar a cabo su proyecto. Había visto cómo la enfermedad afectaba a tanta gente y sabía que cuando las orejas empezaban a alargarse, a la persona le quedaban cuatro o cinco años de vida como máximo. Cuando el puente de la nariz se hundía, sólo le quedaban dos; cuando el mal llegaba a los pulmones, el pronóstico era de un año.
El padre Damián trabajó en Hawai durante 16 años, dando consuelo a los leprosos de Kalaupapa. Pero en diciembre de 1884, mientras se disponía a bañarse, metió inadvertidamente el pie en agua hirviendo, lo que le provocó ampollas en la piel. No sintió ningún dolor, y eso le llevó a sospechar que algo iba mal, de hecho descubrió que había contraído la lepra, tenía 44 años. La falta de sensibilidad era una forma habitual de descubrir que uno se había infectado. Conocía los síntomas y vio en el espejo que el reloj corría también para él, tendría que luchar duro y rápido para ganar la batalla.
Disminución de la sangre
En 1885, Masanao Goto, un leprólogo japonés, llegó a Honolulu y trató a Damián. Creía que la lepra estaba causada por una disminución de la sangre. Su tratamiento consistía en alimentos nutritivos, ejercicio moderado, fricciones frecuentes en las partes afectadas, ungüentos especiales y baños medicinales. Los tratamientos aliviaban algunos de los síntomas, por lo que eran muy populares entre los pacientes hawaianos. Damián se fiaba de sus tratamientos y decía que sólo quería ser tratado por Goto, que con el tiempo se convirtió en un buen amigo suyo. Sin embargo, dicho tratamiento no tuvo efectos curativos reales.
A pesar de que la enfermedad ralentizaba su cuerpo, Damián se dedicó a un sinfín de actividades durante sus últimos años. Con el tiempo que le quedaba, trató de avanzar y completar tantos proyectos como le fue posible. Mientras seguía difundiendo la fe y ayudando a los leprosos durante sus tratamientos, Damián completó varios proyectos de construcción y reforma de orfanatos. Fue entonces cuando cuatro voluntarios llegaron a Kalaupapa para ayudar al enfermo misionero: un sacerdote belga, Louis Lambert Conrardy; un soldado, Joseph Dutton (veterano de la guerra civil estadounidense que había dejado atrás un matrimonio roto por su alcoholismo); un enfermero de Chicago, James Sinnett; y la religiosa -ahora santa- Marianne Cope, que había sido directora de un Hospital en Syracuse, Nueva York.
Arrastrando en la misión
Con un brazo en cabestrillo, un pie vendado y la pierna arrastrando, Damián sabía que su muerte estaba cerca. A partir del 23 de marzo de 1889 estaba postrado en cama y el 30 de marzo hizo una confesión general. Murió de lepra a las 8 de la mañana del 15 de abril de 1889, a la edad de 49 años. Al día siguiente, después de la misa celebrada por el padre Moellers en Santa Filomena, todo el pueblo siguió el cortejo fúnebre hasta el cementerio.
En enero de 1936, a petición del rey Leopoldo III de Bélgica y del gobierno belga, el cuerpo de Damián fue devuelto a su tierra natal, a bordo de un barco belga. Fue enterrado en Lovaina, la histórica ciudad universitaria cercana a su pueblo natal, pero tras la beatificación de Damián en junio de 1995, los restos de su mano derecha fueron devueltos a Hawái y enterrados de nuevo en su tumba original en Molokai.
Trabajar duro
Fue una vida ejemplar pero que no gustaba a todos. Ya desde sus comienzos como religioso sus superiores pensaban que a Damián le faltaba educación y delicadeza, pero lo consideraban “un campesino serio que trabajaba duro a su manera por Dios”, un hombre impulsivo y poco refinado. Al obispo Maigret le sucedería en 1882 Mons. Köckemann, que poco después de su ordenación episcopal tuvo un encuentro con Damián que le conmocionó profundamente. El prelado sólo haría una visita a Damián en la leprosería de Molokai, tenía un miedo mortal a la enfermedad, especialmente a la lepra, pero consideró su deber entregar personalmente la condecoración que le había concedido al misionero la regente, la princesa Liliuokalani.
Fue un viaje infernal: aterrorizado por las alturas, el obispo tuvo que descender por un precipicio de seiscientos metros arrastrándose por un sendero desprotegido. Damián prácticamente tuvo que cargar con él, lo que al obispo aterrorizó, porque temía incluso entonces que el religioso se hubiera contagiado de lepra (lo que ocurriría años después). Pero lo peor no era la enfermedad ni la fobia, fue el hecho de que Damián presentase al ministro protestante y a sus diáconos como “hermanos en Cristo”, lo que para el obispo conservador fue algo inaceptable.
Poco aprecio
Por otro lado, un nuevo provincial de la congregación de los Sagrados Corazones para el archipiélago hawaiano, Leonor Fouesnel, demostró tener poco aprecio aprecio a Damián; leemos que la causa eran sencillamente los celos, que se habían generado el día en que Damián se ofreció voluntario para una misión en Molokai. Ese día se había dedicado la nueva iglesia que había construido Fouesnel en Wailuku, en la isla de Maui. La Iglesia era una joya perfecta, aunque la financiación de su construcción había vaciado por completo la tesorería de la misión. En los días siguientes, Fouesnel esperaba recibir un espléndido dossier de prensa con reportajes elogiosos sobre su iglesia, pero todo lo que obtuvo fueron unos breves fragmentos. El “sacrificio” de Damián había acaparado la atención de todo el mundo y Fouesnel se guardaría esa espina dentro por mucho tiempo.
De hecho, cuando desde Estados Unidos llegaron unas religiosas enfermeras -como insistentemente pedía Damián desde hacía diez años- Fouesnel determinó que su labor se limitase a las zonas dedicadas a enfermedades curables. Al hacerlo, excluyó Molokai, que era un lugar segregado para leprosos incurables y nuestro misionero se quedó sin la ansiada ayuda. Tampoco le fueron enviados otros religiosos que le ayudasen, con la excusa -parece que tenía parte de verdad- que no era fácil trabajar con Damián. Solamente unos meses antes de morir, como hemos visto, ante el avance de la enfermedad, llegaron algunos colaboradores que le asistieron en los momentos finales.
Testimonio difundido
La noticia de su muerte se difundió rápidamente y conmocionó a muchos el testimonio de este generoso misionero que había dado la vida por los leprosos contagiándose él mismo de la terrible enfermedad. Pero no todo fueron elogios, pues representantes de las iglesias Congregacional y Presbiteriana de Hawái criticaron duramente su labor. El caso más famoso fue el del reverendo Charles McEwen Hyde, ministro presbiteriano de Honolulú, que poco después de la muerte del misionero escribió a su colega el reverendo H. B. Gage, de San Francisco, en agosto del 1889. Hyde se refirió al padre Damián en tono muy duro:
“La pura verdad es que era un hombre tosco y sucio, testarudo e intolerante. No fue enviado a Molokai, sino que fue allí sin órdenes; no permaneció en el asentamiento de leprosos (antes de convertirse él mismo en uno), sino que circuló libremente por toda la isla. No tuvo nada que ver con las reformas y mejoras inauguradas, que fueron obra de nuestra Junta de Sanidad. No era un hombre puro en sus relaciones con las mujeres, y la lepra de la que murió debe atribuirse a sus vicios y descuidos”.
‘Fake news’ de ataque
El reverendo, siguiendo la creencia popular de aquella época según la cual la lepra se contagiaba por transmisión sexual, avanzaba la hipótesis -era éste un chisme que corría en ciertos ambientes- que el padre Damián se habría contagiado llevando una vida promiscua con las mujeres de Molokai. Pero nada más lejano de la realidad, según quedó bien claro en su proceso de canonización.
Por otro lado -y parece que era el motivo de toda la crítica- Hyde dijo que se estaba atribuyendo erróneamente a Damián el mérito de reformas que en realidad había llevado a cabo la Junta de Sanidad. Sin consultar a Hyde, Gage hizo publicar la carta en un periódico de San Francisco, lo que generó comentarios y controversia en Estados Unidos y Hawái.
Considerar incurable
En defensa del padre Damián salió curiosamente otro presbiteriano, el escritor escocés Robert Louis Stevenson. En plena fama internacional por obras como “La isla del tesoro” o “El extraño caso del dr. Jekyll y Mr. Hyde”, poco después de la muerte del padre Damián, Stevenson llegó con su familia a Hawái en el mismo año 1889 para una larga estancia. Tenía tuberculosis, una enfermedad que también se consideraba incurable, y buscaba algún alivio para ella. Conmovido por la historia de Damián, se interesó por la polémica del sacerdote y se desplazó a Molokai durante ocho días y siete noches. Stevenson quiso saber más sobre Damián en el lugar donde había trabajado. Habló con residentes de diversas religiones para conocer mejor el trabajo de Damián.
Basándose en sus conversaciones y observaciones, escribió una carta abierta a Hyde en la que abordaba las críticas del ministro y la hizo imprimir a sus expensas. La carta de Stevenson se convirtió en el relato más famoso sobre el misionero, fue impresa en privado y distribuida primero en Sydney y después en todo el mundo. Nunca quiso cobrar un centavo por su publicación. En dicho escrito, el conocido escritor afirma sobre los defectos de Damián, que eran evidentes:
“Empiezo a tener una idea de Damián. Parece haber sido un hombre de clase campesina, de tipo campesino ciertamente: astuto, ignorante y fanático, pero con mente abierta, y capaz de recibir y digerir una reprimenda si era administrada con franqueza; extraordinariamente generoso en la cosa más pequeña como en la más grande, y tan dispuesto a dar su última camisa (aunque no sin humano refunfuño) como lo estaba para sacrificar su vida; esencialmente indiscreto y oficioso, lo que lo hacía un colega problemático; dominante en todos sentidos, lo que lo hacía incurablemente impopular con los kanakos, y sin embargo desprovisto de toda autoridad”.
Méritos reconocibles
Pero para Stevenson, con gran sentido común, dichos defectos no se pueden considerar obstáculo para reconocer los méritos del misionero: “Son casi una lista de los defectos del hombre, porque es más bien esto lo que yo buscaba: con sus virtudes, con el perfil heroico de su vida, yo y el mundo ya estábamos suficientemente familiarizados. Además, desconfiaba un poco de los testimonios católicos, no en el mal sentido, sino simplemente porque los admiradores y discípulos de Damián eran los menos propensos a ser críticos. Sé que usted desconfiará aún más, y los hechos expuestos más arriba fueron todos recogidos de labios de protestantes que se habían opuesto al padre en vida. Sin embargo, me siento extrañamente engañado, o construyen la imagen de un hombre, con toda su debilidad, esencialmente heroico, y lleno de ruda honestidad, generosidad y alegría”.
Y añadía una reflexión que él aplica al padre Damián pero que nos puede servir a todos: “Hay muchos (no sólo católicos) que requieren que sus santos y sus héroes sean infalibles; esta historia será dolorosa para ellos; pero no para los verdaderos amantes, patronos y servidores de la humanidad”.
Campañas sociales
Mahatma Gandhi dijo en cierta ocasión que la labor del Damián había inspirado sus campañas sociales en la India, que condujeron a la independencia de su pueblo y a la obtención de ayudas para los indios necesitados. Gandhi fue citado en la publicación de T.N. Jagadisan de 1965 “Mahatma Gandhi answers the challenge of leprosy”: “El mundo político y periodístico puede presumir de tener muy pocos héroes comparables al padre Damián de Molokai. La Iglesia católica, por el contrario, cuenta por miles los que, siguiendo el ejemplo del padre Damián, se han consagrado a las víctimas de la lepra. Merece la pena buscar las fuentes de tal heroísmo”.
Fue beatificado por Juan Pablo II en Bruselas el 4 de junio de 1995 y posteriormente canonizado por Benedicto XVI el 11 de octubre del 2009, junto a un gran compatriota nuestro -también experto en el drama de la enfermedad aunque en circunstancias muy diferentes-, el trapense Rafael Arnaiz Barón. En la homilía de la celebración, refiriéndose al padre Damián, dijo el pontífice: “El servidor de la Palabra se convirtió de esta forma en un servidor sufriente, leproso con los leprosos, durante los últimos cuatro años de su vida”.