Cerrar ciclos es algo muy natural, nuestra vida transcurre entre estaciones pues nuestro planeta gira en una órbita que cierra su ciclo cada año, aunque, si profundizamos en la ciencia, descubriremos que la nueva órbita no es igual a la anterior, pues toda la galaxia se desplaza en el espacio, haciendo que nunca estemos en el mismo lugar. Es decir, se cierra un ciclo, pero se inicia uno nuevo desde un punto de partida distinto.
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El fluir de nuestra historia, también nos invita a abrir nuevos capítulos de nuestra vida. Así, ingresamos a la escuela primaria, nos iniciamos en un arte u oficio, abrimos un negocio, entramos a laborar en alguna empresa, contraemos matrimonio, etc.
Por otro lado, cerrar ciclos parece no ser tan simple. Desarrollamos cierto nivel de apego a lo que estamos viviendo y, ya sea porque nos acostumbramos o porque lo hemos disfrutado, no es tan fácil dejar la escuela o cambiar de trabajo, aún cuando se cuente con la expectativa de algo mejor. Entonces, es frecuente que se presente la resistencia al cambio, inquietud por lo nuevo, nostalgia por lo anterior, o una mezcla de todo ello.
En esta ocasión no deseo profundizar en el ciclo de la vida, por medio del cual dejaremos atrás nuestros roles de esposos, de padres, o de hijos, entregando nuestra estafeta a las nuevas generaciones. Hoy amanecí introspectivo, y perdona si soy algo denso, pero por el momento deseo limitarme a esos roles que adquirimos durante cierto tiempo y que, llegado el cumplimiento de su objetivo o de su vigencia, debemos dejar. Como cuando te cambias de ciudad buscando mejorar tu situación, o te sales de casa persiguiendo tus sueños, dejando atrás tus amistades sin saber si encontrarás otras.
Personalmente, conozco bastante de ello, pues nunca estuve tres años seguidos en el mismo colegio, salvo en mi carrera universitaria. Me he cambiado de casa 22 veces, he vivido en 8 ciudades distintas, e incluso, he dejado un buen trabajo para iniciar de cero en otra ciudad, con la expectativa de lograr algo mejor. Pero el cerrar un ciclo siempre tiene un costo, el cual, aunque lo paguemos con gusto, con frecuencia duele. Es necesario aprender a soltar, desapegarnos a lo logrado y vencer el temor de empezar de nuevo.
Los cierres de ciclo en el tema laboral, muchas veces nos llenarán de temor, sobre todo si son inesperados. Nos podemos sentir contra las cuerdas económicamente y también emocionalmente. Pocas cosas generan tanta inquietud.
Cuando se termina una tarea, cuando concluimos un encargo, cuando se busca un futuro mejor, siempre es bueno mirar al pasado con gratitud. Independientemente de las metas logradas o no alcanzadas, todas las experiencias previas fortalecen nuestro caminar, a veces de formas en que no imaginamos. Todo esfuerzo realizado tiene un destino, aunque de momento, nosotros no lo veamos.
En el tema del servicio a los demás, quizá te ha pasado como a mí, que, esperando la conclusión de un periodo, para dedicar un poco más de tiempo a mí mismo, resulta que justo entonces, se abre una nueva oportunidad de servicio igual o más demandante. Nunca se agota el trabajo en la viña del Señor, pues la cosecha es mucha, pero los obreros pocos. (Lc 10,2).
Así como cada día tiene sus afanes y cada año su historia, cada uno de nuestros ciclos tiene sentido y valor. Aprendamos a fluir con ello, a celebrarlos, a vivir sin reservas y estar dispuestos a concluir con responsabilidad lo encomendado, a soltar sin apegos y afrontar con esperanza nuevas misiones. En los cambios está la mejora, y en el movimiento, la trascendencia.