JOSÉ LORENZO | Redactor jefe de Vida Nueva
“Mala semana para la monarquía y la Iglesia en España. Es curioso el descrédito social que sufren en este momento dos de las instituciones que más confianza generaron en la sociedad durante la Transición…”.
Mala semana para la monarquía y la Iglesia (en este caso, otra más) en España. Es curioso el descrédito social que sufren en este momento dos de las instituciones que más confianza generaron en la sociedad durante la Transición, tiempos también difíciles, pero donde la conjunción de una serie de personalidades en el ámbito de la vida pública propició que todos aquellos actores levantaran la mirada de su ombligo y la elevaran hacia el bien común, aun a costa de renuncias propias.
En este palpable desamor confluyen, fundamentalmente, causas endógenas. El desgaste que sufre la Familia Real tiene que ver más con la torpeza de algunos miembros (la mala pata del Rey, la mala puntería del nieto y el mal ojo para los negocios del yerno) que con el auge del republicanismo y la verborrea, pirómana y trasnochada, de Joan Tardá, pongamos por caso.
Y también con un desprecio por la situación que atraviesa el país, donde si los más vulnerables han de pagar los efectos de la crisis económica, quienes los gobiernan han de demostrar un comportamiento especialmente exquisito.
En cuanto a la Iglesia, nada tiene que ver en esta ocasión el laicismo más agresivo en la rápida corrosión que está sufriendo su imagen en estos días a cuenta de la polémica homilía del obispo de Alcalá. Por más que algunos se queden roncos al denunciar una campaña de persecución contra los prelados o la deriva de nuestro país hacia la “cristofobia” (suspendida en Semana Santa, a tenor de los contenidos esos días de las televisiones, públicas y privadas), la causa es mucho menos retorcida y más preocupante: la falta de sintonía con una cada vez mayor porción de ciudadanos.
Y no es porque esta sociedad no quiera oír hablar de Jesús. Es porque lo que le dicen algunos no les recuerda mucho su mensaje y acaba por anular el ejemplo abnegado de una mayoría.
Con casos así, alimentados por la falta de transparencia y el victimismo, también padece la fe de los sencillos. La solución más fácil es acusar a quien lo denuncia de falta de comunión. De la caridad aun no se sabe nada.
En el nº 2.797 de Vida Nueva.