El calvario de Victoria Salazar, asesinada por la fuerza policial de un pequeño pueblo costero al sur de México empezó en Sonsonate, un localidad al occidente de El Salvador.
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No sabemos los detalles del caso, pero seguramente tiene mucho en común con muchas mujeres en América Latina con una vida de pareja conflictiva y violenta. En El salvador en 6 meses de confinamiento según los datos de Ormusa [1] se registraron 57 feminicidios de enero a junio del 2020.
Mientras que de acuerdo con el ISMEMU del 1 de marzo al 15 de agosto del 2020 atendieron a 1030 mujeres víctimas de violencia psicológica, física, sexual, económica, feminicida, simbólica, entre otras. Muchas de las agresiones que sufren las mujeres en este país centroamericano están vinculados a un legado de violencia estructural que pone en tela de juicio la palabra de las mujeres, que sostiene los roles de dominio masculino en la vida privada y pública, que socialmente las denigra como objeto de disputa ante la guerra de las pandillas.
Muchas mujeres viven un infierno que no es exclusivo de El salvador, muchas historias se repiten en toda la región. Las mujeres y las niñas deciden migrar y dejar su lugar de origen para protegerse de sus agresores y lo más espeluznante es que encuentran “nuevos”. Agresores que en la ruta migratoria les hacen pagar con su cuerpo, las acosan, las cosifican y se repite así un ciclo de violencia perpetua. Pero ahora se añade una más, la violencia contras las mujeres en su máximo expresión: el feminicidio. El asesinato de Victoria el 27 de Marzo por las fuerzas del orden “la autoridad” que debe protegernos, nos ha dejado perplejos, principalmente por el recuerdo tan fresco de George Floyd.
¿Quién la mató? Fueron muchas cabezas y juicios en poco tiempo y en una misma situación. Fue claro que alguien decidió silenciarla, inmovilizarla en el momento pero previamente hubo una cadena desafortunada de sucesos. Así como en el Oxxo (Tulum) o en Cup Food ( Minneapolis) hubo alguien que alertó a la policía, tenía miedo que George o Victoria fueran a cometer una atrocidad.
De George sabemos que muy probablemente tenía un billete falso de 20 USD, de Victoria se sabe que tenía un garrafón vacío, que estaba desorientada, en el peor de los casos drogada bajo la influencia de una sustancia, quizá era una simple crisis de ansiedad que la hizo pasar como “loca” a los ojos de quienes estaban a su alrededor.
En los videos de los momentos previos, no se ve que alguien se aproximase a ofrecer ayuda para controlarla, quizá porque en México no hemos sido educados para prestar ayuda a una persona que presente una crisis o bien una reacción consecuencia de un desorden de salud mental. Cualquiera que haya sido el abanico de posibilidades, lo cierto es que se generó un efecto de reacción en cadena desmedido que lanzó una alerta que terminó con la vida de una persona.
En esta Pascua asocié muchas veces ese dolor público de Jesús y el rol de quienes han sido testigos de injusticias en algún momento. Había testigos para Floyd, Darnella Frazier, la adolescente que grabó el video. Para Victoria, también muchos a su alrededor. Gracias a varias personas en calidad de testigo hoy millones de personas sabemos lo que ocurrió. ¿Qué más podemos hacer los testigos en el 2021?
Ser testigos de la gloria de la Resurrección en tiempos áridos parece una tarea ardua en un momento de mucho dolor y angustia cotidiano, pasa por taparle la boca al silencio y clamar justicia en El Salvador o en México para que quienes huyen de la violencia y buscan un nuevo comienzo encuentren entornos de esperanza. El mensaje del papa Francisco en la ceremonia del fuego nuevo es que “siempre es posible volver a empezar, porque existe una vida nueva que Dios es capaz de reiniciar en nosotros más allá de todos nuestros fracasos”. Cada pascua tenemos esa oportunidad de ser nuevos y mejores testigos.