Hace algún tiempo conversaba con mi hijo mayor respecto a sus planes laborales, y él me decía que deseaba emprender su propio negocio, pues no soportaría ser un “godínez”. De principio, no entendí completamente lo que me trataba de decir, y así decidí investigar un poco más sobre el calificativo que mi hijo había utilizado.
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Cada generación va acuñando términos particulares para referirse a fenómenos sociales y culturales propios de las décadas que ven pasar. Así, mi generación fue testigo del nacimiento del “naco”, como personaje y como adjetivo. Más recientemente, aparece el término “godínez”, utilizando un apellido común en México, para aplicarlo a una situación laboral particular.
Los jóvenes de nuestros tiempos entienden al godínez como una persona que tiene un trabajo asalariado, en el cual, probablemente no tendrá mucha oportunidad de crecimiento y seguramente no es el empleo con el que ha soñado. La persona godínez aprovecha la única oportunidad de trabajo que se le ha presentado, y desde allí, lleva el pan a su casa. Es común que se asocie este término a las personas que no están contentas con su trabajo y lo hacen notar cuando desarrollan sus servicios, por ejemplo, un vendedor de mostrador que no atiende con amabilidad a sus clientes, o una persona en una ventanilla gubernamental sin empatía alguna por quienes acuden a realizar trámites a su mesa. Frecuentemente se asocia el calificativo godinez a todas las personas que laboran de manera cotidiana a cambio de un salario, desarrollando siempre la misma función a lo largo de muchos años. Podemos encontrar toda una cultura al respecto, incluso programas televisivos y películas.
Yo fui un godínez
Analizando lo anterior, me doy cuenta que seguramente, durante más de 30 años, yo fui un godínez. Puedo anotarme muchas de las condiciones que se le aplica al término; sin embargo, me recuerdo rodeado de compañeros que, pese a lo repetitivo de muchas de sus actividades, no perdían el buen humor, ni el entusiasmo ni la camaradería. Tengo presentes a muchas personas, que diariamente se presentaban a laborar sus ocho horas, entendiendo que eran parte de un macro proceso valioso, al que ellos aportaban desde su función específica. Ciertamente, habrá muchas personas que no logran tener empatía por su actividad y no la desarrollan con entusiasmo o alegría, pero sigo pensando que la mayoría valora su trabajo, y aunque no sea el empleo de sus sueños, aprecian lo que su actividad les permite y cuidan con responsabilidad de sus funciones.
Recientemente el tema volvió a surgir en casa, cuando de nuevo, mi hijo mayor, me hablaba sobre la complejidad de ser emprendedor frente a la simpleza de ser un godínez. Entonces yo le comenté, y lo comparto contigo, que no me parece que la antítesis de un emprendedor sea un godínez, sino más bien, lo uno permite lo otro. Desde mi experiencia, el éxito de los emprendedores depende mucho de la capacidad de compra de las personas asalariadas. El éxito de las grandes empresas depende mucho de la eficiencia y capacidad de sus empleados, que día a día generan sus servicios y productos acordes con las especificaciones que se les piden.
Imagina el caos que se viviría en estos días de pandemia, si no hubiera personas que recolecten la basura, que cosechen las verduras, que transporten los alimentos hasta las tiendas, que lleven productos a nuestras casas y que mantengan activos los servicios de energía eléctrica, gas y agua. Las empresas que producen insumos básicos para el hogar, no se han detenido, y todas ellas están siendo operadas por godinez que no han dejado de realizar su trabajo a pesar de los riesgos que ello implica.
Y qué decir del personal que labora en los hospitales: enfermeras, personal de limpieza, personal técnico, recepcionistas y médicos, quienes se erigen como nuestra principal trinchera y frente de batalla ante la enfermedad que nos acecha. Verdaderos héroes anónimos, que no dejan de defendernos sin buscar por ello un reconocimiento especial, simplemente hacen lo que saben hacer, cuando deben de hacerlo.
A todas éstas personas que incansablemente y bajo situaciones de riesgo siguen ofreciendo su trabajo cotidiano, en beneficio de los que tenemos el privilegio de poder resguardarnos en casa, por muy pequeña que parezca su labor, ya sea entregando alimentos a domicilio, barriendo una calle, atendiendo un cuarto de máquinas, cuidando a un enfermo, o lo que sea que hagan, vayan estas líneas como un reconocimiento a su esfuerzo y con todo mi agradecimiento, el cual no me permite ver godínez sino héroes, y me hace sentir orgulloso de haber pertenecido a esas filas de personas sin grandes nombres, sin empleos impresionantes, pero con mucho corazón. ¡Dios les bendiga!