En 1520 el papa León X firmó y selló al pie de la bula Exsurge, que declaró hereje al fraile agustino Martín Lutero, y lo amenazó con la excomunión si no se retractaba de sus doctrinas. La respuesta de Lutero la ven los historiadores como arrogante y agresiva: quemó públicamente el texto de la bula pontificia y apeló a un concilio general.
El contexto histórico de estos hechos aporta explicaciones: el papa León X tenía una autoridad formal, pero estaba lejos de poseer el peso moral para una autoridad real: hecho cardenal a los 13 años (usted leyó bien: a los 13 años), era hijo de Lorenzo el Magnífico; después de un golpe de Estado había llegado al poder en Florencia, de modo, que con la fiebre del poder bulléndole en las venas, fue elegido Papa cuando tenía 38 años; por tanto, al nombrarse León X le daba más importancia al poder que a la misión.
Tesis y comedias
Un epigrama de la época anotaba que después del dominio de Venus (Alejandro VI) y de Marte (Julio II) con León X nacía el reinado de Minerva. Para el epigramista, voz de las castas dominantes, valía más la referencia al Olimpo griego que a la condición del Papa como sucesor de san Pedro. En efecto, el Médici coronado Papa alentó en su corte “una vida completamente profana”, hizo famosas las cacerías suntuosas que presidió entre Roma y Civitávecchia y fue una era de tal derroche que “arruinó tres pontificados”, anota Hertling en Historia de la Iglesia: dilapidó lo que encontró de sus antecesores, se gastó las rentas de su reinado y las de su sucesor, convertidas en deudas. Apunta el historiador que mientras Lutero pulía sus tesis, en el Vaticano se representaban comedias.
Tal era el pobre peso moral del hombre que, primero, declaró hereje a Lutero y, después, lo excomulgó.
Asumir lo positivo de la Reforma
Entre aquel 1521 y el 2017 no solo han pasado cinco siglos, y muchas aguas por los ríos, también ha evolucionado esa Iglesia decadente que presidía Juan de Médici bajo el nombre de León X, hasta llegar a la Iglesia de Francisco.
El papa Francisco se esfuerza un día sí y otro también en proteger los bienes materiales de la Iglesia contra la rapacidad de curiales, asesores y ávidos banqueros, como cuentan Gian Luigi Nuzzi en Vía Crucis y Marco Politi en Francisco entre lobos.
El contraste se acentúa con la austeridad ejemplar del Papa, bien distinta de la de aquel organizador de cacerías suntuosas.
Y, frente a la declaratoria de herejía y al excomulgador de 1521, se yergue hoy, 500 años después, un Francisco que “discurre y asume todo lo positivo y legítimo de la Reforma”. No solo Francisco, también su predecesor, Benedicto XVI, reconoció la pasión profunda de Lutero por el asunto de Dios y destacó “su pensamiento completamente centrado en Cristo”. Repitió este Papa teólogo la pregunta que persiguió a Lutero: “cómo tener un Dios misericordioso”. Admite Francisco: “en aquel tiempo la Iglesia no era un ejemplo”.
Hombres de espíritu
Con el paso de los siglos se ha venido a demostrar que Lutero no era un hereje. Lo que vieron como herejía, el papa León X y su corte fue una visión de profeta, y así se repitió la vieja cruel equivocación de los profetas apedreados como herejes, cuando solo eran hombres de espíritu capaces de ver el presente con tal lucidez que podían avizorar el futuro y contribuir a su creación.
Hay una apasionante relación entre herejes y profetas que se encuentra en Lutero y que se repetirá en la historia después de él. Incapaces de ver las profundidades del presente y de encontrar las consecuencias de ese presente visto como un futuro que comienza, los poderosos de hoy condenan a los profetas a las oscuridades de lo herético. El hereje suele ser, no un empecinado en el error, sino un lúcido descubridor de los desarrollos de la historia y de las doctrinas .
Mientras el poderoso no ve más allá de sus narices, el hereje sabe lo que hay más allá de las montañas; es un visionario.
¿Qué habría sucedido en la historia de la Iglesia si León X hubiera tenido sobre Lutero la visión evangélica de Francisco?
Los dos, Papas; los dos, con la misma guía del Evangelio; pero protagonistas de dos historias distintas, determinadas por la distinta actitud ante esos hombres providenciales que pueden ser tratados como herejes o descubiertos como profetas.