Quien esté libre de preocupación, que lance la primera piedra. La inquietud que provoca, la agitación e incluso el malestar se apoderan de las personas más sencillas y más complejas. Todos de modo universal vivimos el azote del momento y sus urgencias, de las sorpresas o las interrupciones. No hay estoico que no las sufra.
La preocupación es, en nuestro español fecundo, lo previo a aquello a lo que entregaremos parte de nuestra vida. Pero, en el momento, vivimos una cierta reclamación y exigencia, que no proviene de nuestra voluntad, y que nos pediría una cierta calma para responder con paz. La preocupación, en lenguaje cotidiano, interrumpe este proceso, no deja de pensar, aturulla el alma, la zarandea y, en última instancia, la domina.
Cierto es que podemos preocuparnos por cosas de enorme grado. Siempre se verá la sensibilidad de las personas. Hay quien se preocupa por llegar a tiempo por el partido de fútbol y quien lo hace por no llegar a final de mes. Otros se preocupan a destiempo por no entrar en la universidad que quieren y otros por sacar su familia adelante con esfuerzo y trabajo. Sin duda alguna, las preocupaciones del enfermo pueden ser muy diversas, por sí mismo o por quienes le rodean y acompañan. O el profesor, por ejemplo, por no explicar de buen modo o porque sus alumnos no estudian en casa lo que él en clase ya ha dado por sabido con su explicación. Si algo es relativo en este mundo, es la preocupación. Y deberíamos estar ciertamente prevenidos ante ella, aunque solo sea por las veces que la hemos superado.
Sin embargo, tiene un perfil muy vertiginoso y arriesgado, en el que pocas personas reparan en el ajetreo del mundo. Se trata del punto de desesperación que inculca, hasta llegar a perder entusiasmo, esperanza, ánimo y aquella semilla capaz de germinar en el corazón pero que finalmente es aplastada. Las preocupaciones tienen el poder enorme de corromper decisivamente la vida, por el mero hecho de la desatención a la vida y la constante pérdida de su horizonte, transformando nuestro tiempo en pura respuesta a lo que va pasando sin más.
Combatir las preocupaciones no es nada simple. Siempre echaré de menos, en la misma parábola de los terrenos, que Jesús se hubiera explayado algo más, y ampliara el campo de visión.
Hoy hablamos de falta de atención, como si fuera algo nuevo. También de falta de centros existenciales, que gobiernen la vida personal al margen de los vientos que soplen. Liquidez, contra solidez. Y seguimos dando vueltas a la fragilidad de una vida que recibimos, que debería tener un horizonte y permanece difuminado, que no termina de encontrar en el mercado de las sociedades, algo que responda adecuadamente a lo que es. Y una y otra vez lo mismo. Y al mismo tiempo, en la sed de lo Absoluto y del Bien y de Dios, un paso que dar para que se haga posible lo que somos, es decir la semilla que llevamos dentro. A pesar de las preocupaciones, permanece la llamada. Lástima que muchos la vivan en ocasiones cuando las piedras agotan y desesperan, cuando más difícil se hace reconocer lo que siempre han sabido. “Una palabra bastará para sanarme”.