José Luis Pinilla
Migraciones. Fundación San Juan del Castillo. Grupos Loyola

De oídas (Congreso vocacional)


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“Ya no creemos por lo que tú has dicho, sino porque nosotros mismos hemos oído y sabemos que verdaderamente este es el Salvador del mundo”. (Jn 4,42).



Quien no estuvo, pero escucha y recoge testimonios con oídos abiertos y alma despierta, no habla en vacío, sino con el eco de voces que allí vibraron. La verdad, cuando es testimonio fiel, no necesita pupilas para ver ni pies para pisar; basta con el latido de quienes vivieron y lo comparten. Así, las palabras llegan no como un susurro lejano, sino como una resonancia profunda de lo que fue y sigue siendo, incluso a través de una pantalla de ordenador. Porque el testimonio sincero no es menos cierto por no haber sido visto con los propios ojos, sino que es más valioso aún cuando se te entrega a través de corazones que lo han sentido y lo entregan sin distorsión.

Larga introducción para reforzar la legitimidad de lo que escribo sin haber estado presencialmente. Comparto lo que a mi vez he recibido.

El viento del Espíritu me ha llegado desde esta fiesta de la fe. Entiendo ha sido un tiempo de gracia, una sinfonía de voces que buscan, que escuchan, que responden. En el alma de cada uno siempre resuena un eco profundo: la vocación es más que un destino, es una respuesta de amor, es la misión que da sentido a la existencia. Porque los sueños de Dios son llamas que no se apagan, chispas divinas que iluminan la noche de la historia. Lo sé por mi propia vocación de jesuita. Quien acoge el sueño de Dios, arde en su fuego, consume sus miedos, se convierte en faro.

Iglesia plural

Lo percibí como un río de voces y miradas, latido compartido por donde la Iglesia respiraba en plural. Una comunidad viva donde –me dicen– que la organización “exigía” un porcentaje alto de gente menor de 35 años (una tercera parte, más o menos). Y que invitó  a un elevado número de contemplativo. Muy por encima, ellas, la contemplativas. Como casi siempre y que confirmo también por mi experiencia en CONFER-Alacalá.

Me hablan de buen ambiente, rostros jóvenes, organización cuidada, y un mensaje que resonaba como eco persistente en cada rincón: somos llamados, somos enviados, nuestra identidad es nuestra misión.

Es verdad: la vida cristiana es vocación, un “soy para”, un “soy en relación con otros y para otros”. Y en ese reconocimiento de la diversidad, cada vocación es una chispa única del mismo fuego. Y un fuego enciende a otros fuegos.

Vocaciones, consagrados, laicos

Faltaron voces, es cierto. Extraña un tanto la necesaria y mayor presencia de quienes encarnan la Iglesia en las fronteras: Cáritas, migraciones, exclusión, cárcel… porque el Evangelio no solo se anuncia, también se siembra en los márgenes.

Y sin embargo, la mayoría se lleva la misión clara: volver a lo cercano, a lo local, a lo diocesano, para que esto tenga sentido. Quiero resaltar lo ya compartido en mi diócesis actual. La conclusión que lleva a la necesidad de potenciar  más los equipos diocesanos de Pastoral Juvenil Vocacional(PVJ). Porque la Iglesia pueblo que camina, que se escucha, que nos descubre llamados una y otra vez, generando espacios de encuentro, discernimiento y acompañamiento.

María Ruiz y Alfonso Salgado recordaron con razón que “la desproporción entre el número de trabajadores y las necesidades de la evangelización, quizá hoy se note más, porque la conciencia vocacional parece disminuir, incluso hay signos evidentes de una crisis vocacional”. Pero para enfrentar este desafío, es necesario fomentar una cultura vocacional (¡Gracias Fonfosj y muchos otros!) Valorar la belleza del matrimonio cristiano, el compromiso laical en la vida pública, la originalidad de la vocación consagrada y la importancia de la vocación sacerdotal.

Los más pobres en el centro

Pero soñar no basta. Es necesario traducir los sueños en caminos, en pasos concretos que construyan una cultura vocacional vibrante y una Iglesia misionera de corazón abierto. La urgencia vocacional y misionera es un clamor que resuena en la profundidad de la Iglesia: pedir y orar, vivir gozosamente la propia vocación y organizar una pastoral que haga de la comunidad un hogar de discernimiento. Y que tenga siempre –quiero subrayarlo  desde mi propia cosecha– y hoy más que nunca, a los más pobres en el centro.

Hoy, en un mundo que ha cambiado el fuego de la vocación por luces artificiales, es urgente despertar. La humanidad se pierde entre el ruido del individualismo, entre la fatiga de los cansados de buscar sentido. Tiempo para sacudir la tibieza, dejar de lado el miedo y la comodidad. La vocación no es para buscar  seguridades, sino para atreverse a vivir con pasión, dispuestos a arder hasta consumirse en el amor. Necesitamos profetas jubilares de esperanza, testigos ardientes, manos que sanen y pies que caminen sin descanso hacia el otro.

Conclusión

Este Congreso ha sido un eco de lo que somos y un anticipo de lo que estamos llamados a ser. Dios sigue susurrando en la noche de la historia. La vocación es el sueño de Dios en nosotros.

Al final, repito lo del principio: movidos por muchos relatos, acudieron a Jesús, lo escucharon y, tras convivir con Él, su fe dejó de ser solo “de oídas” y pasó a cimentarse en lo que ellos mismos experimentaron.