“Grande es el amor de Dios”, lo hemos escuchado, cantado y pocas veces nos hemos detenido a pensar en la dimensión del amor de Dios. Es el creador y dador de vida, experto en hacer posible lo imposible, es el amor.
Una descripción muy breve y que le faltaría tanto para acercarme un poco a todo lo que es Dios, a veces he pensado, que no comprendo la inmensidad de todo lo que es y lo que representa, me quedo con una pequeñísima parte de esa dimensión y dentro de mí, siento que me hace falta entendimiento, comprensión y vida para pensar ese apasionante y único misterio, el amor de Dios.
El Eterno, Creador, Altísimo, Todopoderoso, Justo, Bendito, Señor, Libertador… Una infinidad de nombres que nos acercan a un ser que merece todo nuestro respeto, admiración y gloria. Desde nuestra creación, ya nos amaba y Él ya era. Y esta enormidad ¿cómo la llevo a mi vida cotidiana? A mis carencias, a mis miserias y a mis dudas, realmente no es fácil comprender desde mi realidad tanto amor.
Frente a las injusticias de la vida, a las dificultades y en mi propia existencia, hablar de un Dios tan grande me queda reducido en mi día a día; o más bien, ante la majestuosidad de Él, no encuentro o me cuesta entender que mi vida, circunstancias y dificultades están en las mejores manos, en las de Dios.
Amor que lleva a la acción
La dimensión de Dios debería darme paz, confianza y certidumbre, pero sigo pensando en que mi esfuerzo es el resultado de mis acciones y que el amor de Dios sólo está ahí para pedirlo si es necesario. Una gran cantidad de personas tienen ese concepto, como si se tratara de un ‘recurso’ que está disponible como otros más en nuestra sociedad.
Lamento decir que el amor de Dios y su grandeza, van más allá de esta simple forma de pensar, nuestra libertad es respetada por encima de todo. El amor de Dios necesita nuestra aceptación, para recibir esa calidad de amor, es necesario adherirse con voluntad sincera, jamás a la fuerza y ese amor nos debe llevar a la acción, es vivirlo y ser parte del dinamismo de ese amor inacabable, debe transformar nuestras vidas y como lo expresó San Juan:
“El que dice que ama a Dios, pero no ve la necesidad de su prójimo ¿cómo puede en él habitar la caridad de Dios? Si no ama al hombre a quien ve, ¿cómo va a amar a Dios a quien no ve?”.
Amor en acciones, de manera que, para comprender ese gran amor Jesucristo nos indica el camino: Hay que ayudar al prójimo con obras, no con buenas intenciones. Los ritos que se celebraron, las horas que se pasaron recitando oraciones en el templo, no se citan.
En el amor a nuestro prójimo
Las ceremonias impresionantes del culto, las llamas de los cirios, las rodillas clavadas en el reclinatorio y los golpes de pecho, no son mencionados por Jesús como méritos decisivos para conquistar la gloria.
El amor de Dios lo encontramos en el amor a nuestro prójimo y en acciones concretas para relacionarnos con el Padre Celestial, con ese amor que nos puede dar todo o simplemente creerlo incomprensible y carente en mi vida.
“Al único que hace maravillas, porque es eterno su amor. Al que hizo los cielos con sabiduría, porque es eterno su amor. Al que afianzó la tierra sobre las aguas, porque es eterno su amor. Al que hizo los grandes astros, porque es eterno su amor”. Salmo 136 (135)
Mi Dios es grande, mi Dios es fuerte, yo lo amo y Él me ama a mí. Frente a mi prójimo entiendo la grandeza del Dios en el que creo, ahora te pregunto: ¿De qué tamaño es el Dios en el que crees?