En la región nos ha llovido sobre mojado, ya el Covid-19 nos había puesto en entredicho el modelo de desarrollo. Y de pronto llegó Eta e Iota afectando al triángulo norte de Centroamérica y el sur de México. Según datos del Sistema de la Integración Centroamericana (SICA), el huracán Eta dejó unos tres millones de personas afectadas en Centroamérica.
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Guatemala y Honduras reportaron cerca de 200 muertos y decenas de miles de damnificados. Eta fue algo similar a lo que ocurrió con el huracán Mitch en 1998 lo cual provocó un éxodo considerable de personas en los años posteriores. En el sur de México, en Tabasco continúan al menos 17 municipios con afectaciones derivadas del desbordamiento de los ríos, en donde el nivel del agua alcanzó hasta el metro de altura.
Todas estas zonas tiene en común el hecho de verse afectadas en el pasado por fenómenos similares. De acuerdo con el Banco Mundial, después de Asia y África, América Latina y el Caribe es una de las regiones más expuestas a desastres. Desde el año 2000, la región tiene un promedio de huracanes cada año y eventos como tormentas, sequías e inundaciones son cada vez más frecuentes. En ese mismo periodo de tiempo se han registrado en la región alrededor de 75 terremotos.
En 2017 el Banco también emitió una cifra por demás dura: “4 de cada 10 personas en América Latina, están a un desastre de caer en la pobreza”. Recordemos que un desastre o emergencia siempre es un fenómeno que nos priva de la posibilidad de continuar el curso de nuestra normalidad. El Covid-19 ya lo había interrumpido para muchas familias, ahora imaginemos qué está pasando con el impacto de estas nuevas emergencias.
No puede negarse que la geografía de esta área cuenta y hace a ciertas regiones más vulnerables. Es sabido que el riesgo se estima considerando la amenaza por la vulnerabilidad entre la capacidad de las personas y comunidades para afrontar una situación que es inminente. Los desastres que ciertas regiones y zonas continúan viviendo son resultado de un conglomerado de factores sociales, políticos y económicos que han limitado la generación de capacidades. Cuando hablamos de reconstrucción de riesgo estructurales y coyunturales que incluyen el proceso de urbanización, los circuitos comerciales, el transporte público, los hábitos de consumo, la corrupción, el mal construir sin prever. Todo esto acentúa la vulnerabilidad, pero esta no es estática se produce en un contexto determinado y acentúa los riesgos, reconstruyéndolos una y otra vez.
Así como llovió torrencialmente agua en muchas zonas, así llovió la ayuda por parte de donantes, gobiernos e Iglesia. Miles de comunidades y familias quizá tengan la posibilidad de empezar a recobrar un poco la esperanza de verse muy vulnerables en medio de la tormenta. La solidaridad, va de la mano con la responsabilidad de los Estados y de todos los actores que tienen el mandato de proteger o bien la posibilidad de educar, como la tienen muchas iglesias locales que se han abocado a ofrecer ayuda humanitaria. En las manos de todos y todas ahora tenemos la posibilidad de romper con el círculo vicioso de reconstrucción del riesgo.