Dejar el pasado en manos de Dios


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Para beneficio de nuestra salud mental, sería conveniente dejar el pasado en manos de Dios. No martirizarnos –y martirizar a quienes nos rodean y sobre todo nos quieren– con lo que pudo haber sido y no fue, o con los padecimientos sufridos y los malos tratos –reales o imaginarios– recibidos. Las oportunidades perdidas, los amores extraviados, los desamores y desencuentros, las madres que no nos cuidaron o protegieron, o nos exigieron demasiado, pueden ser datos de realidad que ocurrieron hace tiempo, quizás recuerdos amargos, pero no objetos arrojadizos hacia los demás o hacia nosotros mismos.



La depresión clínica, forma extrema de agresión hacia uno mismo, tiene unas bases bioquímicas; por eso la tratamos con medicamentos que aumentan la concentración de neurotransmisores en nuestras células cerebrales. Pero en ocasiones la causa profunda es una enfermedad del alma.

Requiere tratamiento

Cuando nuestra historia nos genera rencor, resentimiento u odio, es muy probable que acabe resultando en una psicopatología diagnosticable y requiera tratamiento farmacológico, pero las raíces hay que buscarlas en el interior de cada uno; ese es uno de los fundamentos de los tratamientos psicoterápicos.

Sin embargo, incluso si llego a averiguar las causas profundas de mi trastorno, no podré modificarlas, porque pertenecen al pasado y no hay forma de cambiarlo. Solo podemos intentar convivir y reconciliarnos con él. Llorarlo lo que haga falta, y seguir adelante, intentando que no bloquee el presente y condicione el futuro.

Médico general

Confiarlo a su misericordia

Dejar el pasado en manos de Dios, confiarlo a su misericordia, ofrecer los sufrimientos que ocasionó y las limitaciones que ha supuesto en nuestra vida. Es uno de los consejos que daba monseñor Romero, quien no solo ejercía de pastor en las atribuladas circunstancias que le tocó vivir en El Salvador, sino también escuchaba y orientaba a las personas con quienes convivía, desde sus tiempos de sacerdote y párroco.

Creo que esto es algo que las personas más jóvenes –con menos heridas del pasado– no pueden entender, pero, cuando se van cumpliendo años, el ayer tiene cada vez más peso, los recuerdos son más numerosos, las cuentas pendientes más onerosas. Es momento de abandonar esas pesadas mochilas en manos de Dios, pedir ayuda para poder llevarlas y para perdonar a quien nos dañó; quizás a nosotros mismos, por nuestros errores y desaciertos.

Un alto peaje

Si no, nuestra salud mental se resentirá, y tendremos que pagar un alto peaje por la incapacidad de reconciliarnos con nuestra propia historia.

Recen por los enfermos y por quienes les cuidamos, y por este país. Ya seguiré en otra entrada con algunas reflexiones sobre la pandemia que comencé la semana anterior.