Una medalla rectangular de la Virgen con el esmalte carcomido por la tierra. ¡Quién sabe cuánto tiempo llevaba Genara con ella! Quizás desde su primera comunión. A saber. La encontraron hace unos días, al lado de sus huesos, al exhumarla 78 años después de que la fusilaran en un descampado. La llamaban ‘la Pasionaria de Omaña’, en recuerdo de la figura comunista que pudo regresar a la España democrática para morir confesando su amor también a la Virgen a un jesuita que tenía el carné de Comisiones Obreras. Cosas veredes, Sancho.
Quizás no fuese el mismo modelo de medalla pero sin duda era la misma Virgen que colgaban del pecho y a la que todos los días se encomendaban las 14 monjas concepcionistas fusiladas en Madrid en 1936, y que serán beatificadas en La Almudena el 22 de junio. Las une a todas, y a tantos otros, haber muerto por un adjetivo, después de haber pasado atropelladamente por encima de su sustantivo, algo en lo que últimamente incide mucho Francisco.
En el fondo no eran tan distintas como las pintaron a unas y a otras. Idénticas en lo sustantivo. Sin embargo, de nuestras fosas comunes, al lado de las tapias de los cementerios o de los chiqueros en las plazas de toros, de criptas y panteones sigue emanando un dolor y rencor que no acabamos de tomar en serio para consolar y sanar. Lo certifica el Informe FOESSA, que radiografía la división social. Solo es cuestión de que alguien vuelva a adjetivar.
Es como el material radiactivo que aún hace diana en la vida que rodea a la central nuclear de Chernobyl. Pasarán décadas, siglos, hasta que desaparezca el efluvio mortal. Echar cemento y mentiras encima no solucionó el problema. Lo vemos tres décadas después, gracias a la serie televisiva del mismo nombre. Conocer y reconocer los errores que llevaron al desastre es la única forma para evitar que vuelva a pasar.