La “cancha”, en América Latina, es el campo de fútbol, donde se juegan los partidos, aunque sea un terreno baldío, de tierra y lleno de piedras.
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Cada año, en la diócesis de Rabat, tengo la satisfacción de confirmar a unos 75 cristianos, casi todos jóvenes universitarios. Antes de la confirmación, tienen la buena costumbre de escribirme una carta, contándome su historia personal en la vida cristiana, qué han aprendido en la catequesis y cómo piensan vivir su fe después de la confirmación. En este último punto, todos me dan respuestas como estas: “Me voy a integrar en la coral de la parroquia”, “seré ayudante de misa y del grupo de liturgia”, “voy a ser lector en la misa”, “me apuntaré a la Legión de María” o a otros movimientos y grupos dentro de la Iglesia.
Todavía estoy esperando, y no desespero, que alguno me diga: “Me voy a tomar más en serio los estudios”, “no voy a hacer trampa en los exámenes”, “voy a revisar cómo vivo mi afectividad y mi sexualidad”, “voy a ser honesto en el trabajo”, “me voy a reconciliar con mi padre o con mi hermano, porque no nos hablamos”, “voy a gastar mi dinero responsable y solidariamente”, “voy a dedicar parte de mi tiempo libre a servir a los más necesitados”, “voy a dar testimonio de mi fe a mis vecinos musulmanes”, etc.
Yo les digo que sus respuestas son buenas, pero insuficientes. Que la Iglesia es el vestuario, pero que el partido se juega en el campo. Y que la cancha es el mundo, es la universidad, la política, el trabajo, la familia, el vecindario, la gente con la que me relaciono…
Enfrentarse a otros
Antes de cada partido, conviene ir al vestuario: para escuchar las indicaciones del entrenador, para vestirse y pertrecharse adecuadamente, para hacer el precalentamiento, para crear grupo y comunidad con los otros jugadores… Pero luego hay que saltar al terreno de juego y jugar el partido. Allí hay que enfrentarse a otros que no son de los nuestros, que tienen otros objetivos diversos, que no comparten nuestras ideas y pensamientos, nuestra fe…
Un defecto de nuestra vida cristiana (en jóvenes, pero también en adultos; en laicos, pero también en religiosos y consagrados, en curas y obispos) es que queremos ganar el partido quedándonos en el vestuario. ¡Hay que saltar a la cancha!