‘Lo inolvidable y lo inesperado’, de Jean-Louis Chrétien, es un texto plagado de misterios. “Lo que en el hombre supera lo humano y lo excede es lo único que lo hace humano” (p. 24). “La demasía del acontecimiento con relación a nuestras previsiones puede simplemente poner de manifiesto la finitud y falibilidad de la conciencia humana. Pero también puede ser comprendida positivamente como la marca de su origen más que humano.” (p. 119) Propongo una vez más su lectura.
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Vivimos en tiempo extraño. No por las circunstancias, sino por las vidas. Siempre hemos vivido en un tiempo extraño, pero quizá no se nos enseñaba tan crudamente a tantos. La verdadera maestra de todo es la Vida, esa provocación constante que acecha en acontecimientos únicos, esa exigencia continua que obliga a desinstalarse y vivir a la intemperie, como bien enseñaba el bueno de Martín Velasco, DEP.
Motivos para el sobrecogimiento
Muchas vidas tocadas estos días. No faltará en ninguna casa motivos para el sobrecogimiento, del que habla estupendamente Soloviov (o como se escriba o transcriba), o la angustia o el ansia, tan bien descrita por Kierkegaard. No sobran momentos, pero se alejan, se quiere poner distancia con ellos y que, como el virus, no entren en la morada que somos. La cultura del ocio sirve a tan grande fin y nos distrae sin cesar, porque para qué pensar si no es para descubrir lo que no se quiere ver.
Nos ha pasado antes y nos pasa ahora. Por eso, la historiografía llamada historia no es maestra de nada. A renglón pasado y escrito, todos dicen y se muestran como sabios. Pero los sabios se dan de bruces con lo desconocido una y otra vez; por eso, cuando se les pregunta directamente, dicen que son los ignorantes, aunque nos parezca lo contrario. Viven de otro modo. Los sabios tienen preguntas cuando todos los demás tienen respuestas que calman, alivian y explican.
El problema del mal nos cuestiona mucho. Parece que es tan contrario a lo que debería ser, que la pregunta por lo que debería ser pasa a ser cuestión de otros, mientras seguimos viviendo. Pasamos la pelota, repetimos el inicio. “No fui yo, fue…”. La culpa se traslada.
El problema del Bien es lo realmente importante. Se ve estos días, con innumerables sacrificios de personas desconocidas para mí (jamás anónimas, esto es un insulto) y que están ahí. No enumero, para no dejar a nadie. Todas sus vidas significan en su entrega. ¿Qué mueve la humanidad? ¿Qué haríamos sin tantos desconocidos generosos u obligados por las circunstancias, y tantos otros que desearían estar y saben que no pueden? Lo relevante es el Bien.
A todo esto, muchas respuestas en la red y pocas preguntas, que muevan a reflexión. Eso sí, gran cantidad de ocio y distracción, incluso religiosa y política. ¿Para qué hacer más preguntas, si todo “cuadra” en algunas mentes? ¿Para qué hacer preguntas, si lo importante son los relatos, las historias, lo que se cuenta, lo que se opina y se dice? ¿Para qué escuchar las preguntas que, duramente, se pondrían sobre la mesa, en lo público y en lo privado? ¿Para qué, por qué tanto miedo a dejarse cuestionar?
De verdad, ¿no hay preguntas?