Recuerdo aquella mujer quien apretó sus labios y con dolor me dijo: -He cometido muchos errores en mi vida y no me puedo perdonar. Coloqué mi mano en su hombro y le expresé con ternura -Estás siendo un juez muy severo contigo misma, permite que sea Dios quien te juzgue-. Siguió negando con su cabeza recordando todo lo que había hecho y que según ella sería imposible de perdonar. Me alejé de ahí pensando en todo el daño que nos hacemos cuando juzgamos nuestros actos y empleamos el criterio humano convencidos que estamos haciendo justicia. Todos tenemos derecho a equivocarnos, las enseñanzas que nos ofrecen los errores son de gran valor para nuestras vidas y muchas veces nos da miedo cometer equivocaciones. Lo importante es aprender de aquello en lo que erramos, entender que no era el camino y que rectificarlo debe ser nuestra responsabilidad.
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Nos convertimos en jueces tan severos de nuestros actos, que olvidamos o le quitamos esa acción a Dios, somos nosotros mismos quienes nos juzgamos y no nos perdonamos, invalidamos el poder del amor en nuestras vidas y entonces vivimos reprochándonos y recriminando nuestras fallas, una y otra vez; muchas personas amargan sus vidas pensando que si ellas no pueden perdonar sus faltas, Dios tampoco lo hará.
Seres humanos que se enferman y acaban odiándose por los actos cometidos. Si piensas que de acuerdo a tus parámetros lo que hiciste no se puede perdonar, te recuerdo que Dios es amoroso, generoso y entiende más nuestros fallos, permite que sea Él quien juzgue tus acciones, no cometas el error de querer ser tú quien decida si mereces o no el perdón, su bondad es distinta a la de los buenos de este mundo, en Dios todo es divino y desborda amor.
“Dios ha sido bueno conmigo y gracias a su gran poder, me encargó anunciar esa buena noticia, sin que yo lo mereciera” Efesios 3,7
Aceptemos que Dios mira con amor nuestras acciones y que respeta la libertad personal, pero que sus criterios no son los nuestros y en eso radica el gran misterio del amor, a veces es incomprensible para nuestro juicio, pero nada es imposible para Dios.
“Mirándolos Jesús, dijo: Para los hombres es imposible, pero no para Dios, porque todas las cosas son posibles para Dios” Lucas 18,27
Desde ese entonces he orado por aquella mujer a quien le cuesta trabajo comprender que Dios entiende nuestros fallos y que no es ajeno a nuestro dolor. Nos entiende y conoce nuestro limitado corazón; permitamos sentir y experimentar el amor y perdón de Dios, dejemos que sea Él y no nosotros quien juzgue nuestros actos.