Es curioso cómo la liturgia se convierte frecuentemente en campo de batalla entre nosotros, católicos. Ejemplos: comunión en la mano o en la boca; de pie o de rodillas en la consagración y al recibir la comunión; lenguas vernáculas o latín; órgano o batería y guitarras; canto o silencio; comunidad o piedad personal…
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La reforma litúrgica ha sido uno de los frutos más preciosos del Concilio Vaticano II, aunque a algunos les cueste reconocerlo. En estos momentos, la liturgia católica se enfrenta a tres desafíos:
- Poner de manifiesto la centralidad del misterio de Cristo: la Pascua. Todo debe girar en torno a esta dinámica (fuerza) que surge de la muerte y resurrección de Cristo. No solo la Eucaristía, sino todo sacramento es celebración del misterio pascual, es vivencia del paso de la muerte a la vida. Si no logramos ayudar a nuestras comunidades a descubrir y vivir esto, despojamos a la liturgia de su elemento central, la empobrecemos y privamos a los cristianos de lo mejor, dejándolos con el envoltorio, pero sin el regalo.
- Lograr una liturgia equilibrada. Sí, debemos guardar el equilibrio entre muchas polarizaciones: Palabra y acción sacramental; silencio y palabras; dimensión comunitaria y personal; tradición y creatividad (¡fidelidad creativa!, recordando que la tradición ha sido fruto de la creatividad de otras generaciones); eucaristía-banquete y eucaristía-sacrificio; celebración de la fe y compromiso en la vida; asamblea e individuo; ministerios ordenados y laicales; presidencia y participación de todos; enseñanza y testimonio; alegría explosiva y profundidad silenciosa… Cada una de estas alternativas, que presentan polos no excluyentes, merecería una reflexión puntual y propuestas pedagógicas.
- Conseguir una más auténtica y profunda inculturación. Esto implica que la liturgia incorpore palabras, gestos y símbolos propios de la cultura de la comunidad que celebra, a fin de que el único y fundamental misterio de Cristo resulte expresivo y hable a las personas, tocando su mente y su corazón.
Ritos legítimos y buenos
No es ninguna novedad: la historia de la Iglesia ha dado ritos tan variados como el latino y los de las diversas Iglesias orientales, el mozárabe de Toledo, el zaireño del Congo y el ambrosiano de Milán. Todos son legítimos y buenos, ninguno mejor que los demás y todos diferentes.
La utilización de las lenguas vernáculas en la liturgia ha supuesto un esfuerzo y un avance extraordinario en la inculturación, pero no basta.
¡Que el Espíritu nos llene de su luz y sabiduría!