En las entrañas de Almería, donde el sol golpea la tierra sin piedad, se ha agitado el dolor de un desalojo anunciado. La finca ‘El Uno’, en el Paraje de Los Bojares, se ha convertido en un campo de batalla sin guerra, una lucha invisible por la dignidad de los olvidados. La noticia resuena en los oídos de quienes viven ajenos a la verdad de aquellos que sostienen con sus manos la tierra que otros cosechan, pero que no pueden alcanzar la calidez de un hogar.
- WHATSAPP: Sigue nuestro canal para recibir gratis la mejor información
- Regístrate en el boletín gratuito y recibe un avance de los contenidos
Bajo el peso de un sistema que termina definiéndonos, los temporeros marroquíes, aquellos que vienen de más allá del mar, se ven despojados, no solo de sus viviendas precarias, sino de algo más fundamental: el derecho a un futuro. Vivir bajo el techo que otros construyen con sus hombros no es ya suficiente. La justicia, que se dice imparcial y absoluta, ha dictado sentencia. Pero ¿es esta la justicia que persigue la humanidad, o una justicia que ha olvidado el alma de quienes no tienen más que su lucha por la supervivencia?
La orden de desalojo, que marca el final de una vida construida en el borde de la invisibilidad, golpea sin misericordia a 60 personas, de las cuales nueve son niños, pequeños que aún no han aprendido a entender lo que significa “hogar” más allá de la palabra. Menores en cuya pequeñez el Papa pide, en estos días, que sean lugar para “olfatear a Dios”. La tierra que les acoge, aunque no sea suya por derecho legal, se convierte en la única madre que les da refugio. Y, sin embargo, es rechazada.
La respuesta de las organizaciones sociales, que ven el desamparo, el dolor y la angustia de esta gente, es clara: un grito que resuena en las paredes del sistema político que se ha erigido en un castillo de indiferencia. La Diócesis de Almería, el Defensor del Pueblo Andaluz, el SJM y un sinfín de colectivos claman por la justicia social, pidiendo soluciones, reclamando la dignidad de aquellos que se encuentran entre el polvo de la explotación y la promesa rota de un futuro mejor. Pero, ¿por qué tan tarde? ¿Por qué esperar a que el eco de la injusticia sea ya un grito desgarrador?
En este escenario, el desalojo no es solo una medida legal, sino una condena a la marginalidad. Las soluciones no llegan, y mientras las viviendas vacías esperan, testigos mudos de la incapacidad de las administraciones para cumplir sus promesas, los migrantes se ven obligados a vivir bajo el yugo de una crisis habitacional creciente, que no distingue entre los que trabajan la tierra y los que buscan una esperanza en la ciudad.
Se podría pensar un gesto de humanidad hacia aquellos que su sudor hace prosperar a tantos. Pero no, el silencio es atronador dejando a los trabajadores y sus familias sin techo ni derechos, condenados a vivir en chabolas, en condiciones indignas. Y aun así, la maquinaria sigue girando, el negocio sigue floreciendo. ¿Quién paga el precio de este crecimiento sin alma?
Piezas de un rompecabezas
Y mientras tanto, las familias, los niños, los abuelos, los hombres y mujeres que un día apostaron por un futuro mejor, siguen siendo piezas de un rompecabezas que nunca encajará. En el futuro que se dibuja, no hay lugar para ellos, no hay espacio para su dignidad. La justicia parece haber olvidado que la verdadera justicia no es solo un fallo en un tribunal, sino un acto diario de humanidad, un compromiso de vivir para que todos puedan vivir, un espacio compartido, no excluyente.
Este desalojo, este acto tan calculado como impersonal, no es más que el reflejo de una sociedad que sigue mirando hacia otro lado, mientras sus sombras crecen en cada esquina de la desigualdad. ¿Dónde queda el amor al prójimo, el compromiso social, la protección de los más vulnerables? En algún rincón polvoriento, cubierto por la indiferencia. El futuro de los migrantes de ‘El Uno’ no está en la sentencia que los expulsa, sino en nuestra capacidad de ver, de escuchar, de actuar.
Y mientras tanto junto a mensajes contra la explotación y la vivienda precaria, junto a patinetes y bicicletas cargados con maletas surgen gritos en las paredes de los empobrecidos, con el deseo de encontrar un alojamiento digno. Y que son pronto apagados.
El futuro, ¿está en nuestras manos? ¿Seremos capaces de construir un hogar para todos, o solo para unos pocos?