Vivimos en una época de cambios vertiginosos y acelerados. Todo sucede tan rápido, que de lo único que estamos seguros es de que la vida es un cambio permanente. Ya no solo transitamos en una época líquida, sino en un tiempo batido y huracanado, donde una ola o corriente no alcanza a digerirse cuando aparece otra aún más fuerte. La dinámica del cambio genera a nivel social y personal conflictos entre lo antiguo y lo nuevo, ya que implica un proceso de adaptación que, si no es eficaz, corre riesgo la propia sobrevivencia, la libertad y el ajuste con la realidad.
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Hoy hay cambios tecnológicos, climáticos, políticos, valóricos, religiosos, sociales, ecológicos, relacionales que afectan directamente al ser humano como verdaderas olas de un maremoto. Apenas uno logra dimensionar el tamaño de una ola, viene otra y nos vuelve a arrasar, dejándonos a la deriva, sin saber quiénes somos y cómo actuar. El problema fundamental radica en que los aprendizajes, creencias e introyectos que poseíamos hasta ese momento se vuelven absolutamente insuficientes para comprender la complejidad que se nos presenta. Es similar a intentar leer un libro de 1.000 páginas cuando solo se conocen 100 palabras en total y el significado de estas queda limitado a un pasado que ya no es útil para aprehender.
Actitud abierta
Una actitud abierta a desaprender es costosa en términos de procesos personales, soledad y una incertidumbre existencial permanente, pero no debe llevarnos nunca a una relativización universal. Antes aprendíamos para toda la vida; ahora vivimos para aprender, mientras lo aprendido nos da vida. Desde una perspectiva evolutiva, desaprender y desenseñarme es la clave de una construcción de una realidad humana pluridimensional.Para liberarse de cualquier aprendizaje obsoleto tenemos que revisar y soltar las amarras a nuestro propio autoconcepto y a personas poderosas del universo afectivo que nos daban seguridad.
La flexibilidad pasa a ser la máxima de vida para acercarse a cada postura con respeto, escuchando, ponderando, conociendo desde otros puntos de vista, para suspender el juicio un momento e intentar aprehender desde otra vereda, a partir de otra historia que complementa y enriquece mi propia visión. Para ello, hay que partir de la imposibilidad de tener la verdad absoluta; de contar con todos los ángulos de la verdad y vivir siempre con una mirada humilde que aporte lo personal, pero consciente de que hay otros que no piensan igual.
Mucho más difícil
Junto con la humildad, hay que dar por hecho que desaprender es mucho más difícil que aprender, porque implica un riesgo existencial. Es salir de la zona de confort, enarbolando una bandera que quizás no sigue nadie más. No hay instituciones, familias, grupos ni creencias que nos sostengan; es estar en carne viva, vulnerable al juicio inquisidor de los que no se atreven a cuestionarse ni a vivir en libertad. Es mirar de frente la soledad cuando abandonamos el bienestar de una verdad acompañada y quedamos desnudos frente a la autoridad de nuestros padres.
Ha llegado el momento de abandonar la sumisión y de decir nuestra palabra. No todos logran, sin embargo, hacer este proceso, ya que hay una necesidad de identificación afectiva muy fuerte en nosotros. Necesitamos psicológicamente ser queridos y querer, y muchas veces, por este fenómeno personal y grupal, no estamos dispuesto a desaprender por miedo a quedarnos solos.
El secreto
Contacto con la propia experiencia. Lo que posibilita el desaprender es la autenticidad del contacto con la vivencia personal, iluminada con el rigor y la verdad, ya que nos habla de lo concreto y real y nos hace renunciar a la omnipotencia de los procesos del pensamiento. La realidad experimentada habla por sí sola y derrumba todo castillo mental. Para ello, la conciencia de lo que vivo es la clave para desaprender y evolucionar. Vivir en modo “piloto automático”, presos de la masa, de sus creencias, modas, manipulaciones e intereses es el peor enemigo de la flexibilidad y del desaprender tan necesario en estos tiempos.
Sin embargo, no debe sorprendernos que haya una inmensa mayoría que le aterre la libertad, que prefiera seguir aferrada a lo antiguo y que no esté dispuesta a desenseñarse por vértigo a dejar lo conocido y a hacer camino al andar.
Las estaciones propias del desaprender
Si fuésemos un peregrino de la vida intentando recorrer el camino del desaprender para volver a aprender, las paradas que haríamos serían más o menos las siguientes:
- Creo que todo lo sé: es aquella estación donde mi macrouniverso funciona de acuerdo con parámetros que entiendo, conozco, creo dominar y, por lo tanto, siento, pienso y hago acciones con seguridad, perteneciendo a una organización mayor que me sostiene y que me permite predecir el futuro con mediana certeza.
- No sé cómo entender esto: irrupción de un elemento desconocido que rompe mi seguridad y no tengo recursos para abordarlo. Se produce un impacto cognitivo, emocional y sensorial de proporciones.
- Solo sé que nada sé: por lo mismo, comienzo a desandar caminos, a cuestionar creencias, a buscar respuestas nuevas, a salir de la zona de confort.
- Procesos de corte, duelo y transformación: la experiencia nueva me pone en jaque frente a la disyuntiva de nuevas concepciones de la realidad, lo que implica abandonar lo antiguo e iniciar nuevos aprendizajes.
- Solo sé que nada sé, pero quiero aprender: frente a la certeza de la ignorancia y la necesidad de adaptación, el ser va asimilando nueva información que contrasta con su experiencia.
- Como sé que sé muy poco, ayudo a desenseñar a otros: la experiencia de la libertad y la autonomía en el pensar, sentir, hacer y las creencias la quiero traspasar a otros para que también puedan volar.