La pandemia del COVID-19 que azota al mundo, y en concreto a nuestro país, es horrible en todos los aspectos de la existencia. Hemos pasado del estrés de la vida ordinaria moderna, de la cual nos quejábamos que no teníamos tiempo para la familia, los amigos… a un severo confinamiento en nuestras casas y con gran impedimento para completar las tareas que eran rutinarias hasta hace solamente dos semanas. De pronto, la realidad se reduce al hogar con los tuyos, a tratar más al vecino de al lado que ante apenas saludabas y llevar una comunicación por medio de los móviles y las redes sociales.
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Curiosamente, en tan poco tiempo estamos descubriendo una nueva cara del vecindario y hasta te ha llamado aquel viejo amigo que se esfumó. Parece que esta situación del coronavirus nos está haciendo redescubrir muchos elementos positivos que teníamos olvidados. ¿Será verdad aquel viejo adagio: “De grandes males, grandes bienes”? Esta aparente contradicción entre la existencia del mal, la bondad divina y la capacidad de supervivencia del ser humano, plantea la toma de conciencia de recuperar el Misterio. Dicho en termino más coloquial, recobrar la “capacidad de sorpresa” que habíamos perdido por el pragmatismo positivista de la cultura materialista dominante.
Reflexionar los interrogantes
El ser humano, por mucha ciencia que posea, no dominará nunca los secretos de la naturaleza. La prueba más evidente es la situación que estamos padeciendo ¿Por qué no se atisbó antes esta pandemia que nos ha llegado, tan global y en poco tiempo? ¿Qué ha fallado antes y que es lo que está fracasando ahora en detener este mal? Estos y otros interrogantes pensados y madurados en una reflexión sensata, nos lleva a la conclusión que, muchos pueden que se resistan, pero que no hay más salida que la expresada por san Pablo: “¡Que abismo de riqueza, de sabiduría y de conocimiento el de Dios! ¡Qué insondable sus decisiones y que inescrutables sus caminos!” (Rom 11,33).
Todo esto, que no entendemos por qué está pasando, las situaciones límite que estamos viviendo, necesariamente conducen a un replanteamiento del sentido de la vida y la razón de Dios. Porque, como diría en su momento Luckmann: “La estructura social se ha secularizado, el individuo no”. Además, es tan intenso lo que se esta viendo que no solamente nos lleva a las grandes cuestiones, sino también a modificar actitudes personales que reporten mayor humildad, sencillez de vida y una menor autosuficiencia cultural.
Más sensibles al otro
Todo eso redunda en un tipo de convivencia más sensible para ver al vecino con otros ojos, más libre de prejuicios. Tú mismo, te has sorprendido gratamente por el ofrecimiento y ayuda de algunos de ellos, con los cuales no habías hablado en mucho tiempo. También las acciones de distracción de las comunidades de vecinos, que desde los balcones arrancan el júbilo de los pequeños y el gozo de los mayores. Sin olvidar la solidaridad vecinal con los más vulnerables. Todo ello está demostrando que el individualismo feroz en que vivíamos era enfermizo.
Por último, qué decir de la cantidad de llamadas que efectúas interesándote por tanta gente con la que no hablabas hace tiempo, y de esas otras que tú recibes llenas de cariño y amistad de gente cercana, pero también de lejanos familiares de los que apenas sabías. Todo eso pone en evidencia que “es propio del amigo hacer el bien a los amigos, principalmente a aquellos que se encuentran más necesitados” (Tomás de Aquino).