Hace bastantes años leí el libro ‘Musgos de una vieja casa parroquial’ (1846), de Nathaniel Hawthorne, y quedé fascinado. El autor te sumerge, con una densa prosa, ungida de tintes poéticos, tanto por los senderos de la espiritualidad como de la superstición, de los dilemas morales y de la culpa, de la crítica social y del puritanismo. El mismo Allan Poe reconoció su magistral obra literaria (lo dicen los críticos, no yo).
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Esta mañana he estado en una vieja casa parroquial que ha dejado atrás sus humedades y una decoración decadente y sin alma. Ha sido reformada y decorada para acoger a madres, con hijos pequeños a su cargo, para ayudarlas a salir de la exclusión en la que se encuentran. Una madre y sus dos niñas vienen de un asentamiento. La casa se ha transformado del abandono y de la triste y mohosa oscuridad a la luminosidad de un espacio abierto y claro donde poder vivir con dignidad. No hay color.
La casa se llama ‘Hogar Marta y María’. Hermoso nombre para un lugar de acogida de mujeres. En medio del que acoge siempre está Jesús. Y una casa deshabitada y abandonada en el tiempo ha pasado a ser icono de las personas que la van a habitar. De la oscuridad a la luz.
Un numeroso grupo de personas implicadas estaban a la puerta cuando llegué. Su sonrisa delataba que era un día especial para todos: Cáritas con sus responsables, trabajadores y voluntarios, distintas instituciones, sacerdotes, vida consagrada, tan inmersa en la vida de los barrios, personas de parroquias… han hecho posible un sueño que rompe la desidia y nos saca de la decadencia.
Cuatro copas de vino
Cuando estábamos celebrándolo con un ágape fraterno, al ver las botellas de vino, los vasos, las bandejas… no pude por menos de pensar en la cena de Pascua y en sus cuatro copas de vino, que representan las promesas de Dios en el Éxodo: os sacaré de la opresión, os libraré de la esclavitud, os rescataré con gran poder, os tomaré como mi pueblo (Ex 6, 6-7). Las cuatro acciones necesarias para cualquier proyecto que se precie.
Jesús, en la última cena, cuando se abre la puerta para acoger al que, por cualquier causa, ha quedado excluido, toma la cuarta copa, la de la esperanza mesiánica, de la que no bebe “hasta el día que beba con vosotros un vino nuevo en el reino de mi Padre” (Mt 26, 29).
Sigamos abriendo las ventanas. Ánimo y adelante.