Poner un pie en el mundo, con un mínimo de seriedad, es constatar rápidamente la desigualdad, el desequilibrio. Ya entre los más cercanos se dan situaciones de todo tipo, casi evidentes. Pero si además rascas un poco, encuentras lo que ni se desea ver, ni se quiere mostrar. Aquí al lado, extraordinariamente próximo. Miro a mis alumnos en clase y me pregunto qué sabrán realmente del compañero que tienen al lado.
Un mínimo de sensibilidad se despierta entonces. Es inevitable. En esto somos pasivos respecto del mundo, lo padecemos, lo sufrimos. Golpea su crudeza y eriza el corazón. Quien más quien menos, se indigna, quisiera protestar y quejarse abiertamente, se amarga el día y la comida que se tiene se hace bola. ¿No has visto todavía cómo está el panorama? Mis padres, con la televisión puesta, eran de los que decían: mira, mira; y piensa.
¿Por qué el mundo es tan injusto?
La pregunta que inevitablemente surge es qué ha pasado aquí, quién la ha liado tan… ¿Por qué el mundo es tan injusto y qué hago yo en medio de todo esto? Creo, muy sinceramente, que este es el despertar profético, que Dios se vale de esta primera pregunta para llamar a muchas personas. Invito a leer estos días, por ejemplo, a un profeta pequeño como Amós, otro mediano como Oseas o, si hay mucha inquietud, el enorme libro de Isaías. No es para tanto. Pero, en seguida, veremos que hay una implicación personal en todo esto. Que van de un lado a otro, o se quedan donde están, para agitar y remover.
Los profetas sufren. Claro que sí. No se dedican a atacar a ricos y poderosos, implican a todos. Cada uno según su medida, porque todos tienen su responsabilidad. Para equilibrar la balanza, que es como se representa la justicia, no se puede pedir sin más que se ponga en el cesto de los débiles que sufren “más”, sino que toca restar de un lado para sumar en el otro. Esta nítida verdad, comprendida hoy por muchas personas cristianas o no, religiosas o no, exige la propia reducción para entregar a otros, no lo que sobra, sino lo que es justo.
Algo que no me termina de encajar en la solidaridad del grito estridente es la escasa implicación en la reducción personal. Cuestión que los profetas tenían absolutamente clara y constatamos en los albores de la nueva Alianza en la figura rara y la vestimenta chocante de Juan. Reducción, cambio de vida como llamada a la conversión del mundo. ¿Qué es lo que me toca? ¿Qué es lo que debo? ¿Qué debo hacer para poner justicia, igualdad, equilibrio? ¿Cuál es, entonces, mi lugar para que el otro pueda ocupar el suyo?