Desmontando a Cleofás


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Era domingo por la tarde. La cuestión es que, en aquellos once kilómetros que van a Emaús, Cleofás y su compañero de camino, discuten entre ellos. Estaban tristes y confundidos, pues aún no habían desmontado el escenario de la muerte (lo mismo le pasó al apóstol Tomás). Y por lo que se ve, hablaban con pasión de los acontecimientos del viernes y del sábado. Esperaban un liberador (igual que la madre de los Zebedeos, que quería colocar a sus hijos, en los mejores puestos, como tantos padres) pero todo aquello que se anunciaba prometedor, tan solo el domingo anterior con la entrada mesiánica en la capital del reino, se fue al garete.

Cleofás tiene mucho de Tomás, de los Zebedeos y de Judas. Parece más triste porque se ha desmoronado en mil añicos el tinglado del reino liberador, que porque se hubiera asesinado a un amigo con malas artimañas. Él había construido en su mente demasiadas expectativas, formaban parte de su futuro, pero por una serie de acontecimientos desencadenados, todo quedó en un camino de huida hacia el reposo y el olvido. Su ideología no le permitía ver con claridad y su corazón latía sin esperanza. En dos palabras, estaba defraudado. Otra oveja perdida.

Jesús sabía que estos muchachos estaban desorientados, aunque parece que tenían claro su camino a partir de ahora. Primero debía empatizar con ellos e interesarse por su momento vital. Se necesitaba información, escucha, interés, y sobre todo caminar a su lado… aunque estuvieran de vuelta. Ellos hablaban de poder y, al final, de vacío, aunque fuera el de una tumba. Pero el tinglado de la muerte permanecía en sus retinas y había paralizado su corazón. No hay esperanza.

De convencidos a convertidos

¿Cómo hacer que el corazón comience a ilusionarse? Pues contraponiendo a una historia de liberación otra de Salvación; desmontándoles sus expectativas exclusivistas, recorriendo un camino de descendimiento de la cabeza hasta el corazón. Hablándoles de sufrimiento, de entrega, de servicio, de amor, contra el ansiado profetismo del poder. Diciéndoles que nuestra esperanza va más allá de estos muros. Era un camino necesario porque en la cabeza se fragua la ideología y en el corazón la adhesión. Es el paso de estar convencidos a estar convertidos.

Ese cambio hace que le inviten a quedarse en su casa. Solo faltaba esa cena de intimidad, donde las muchas palabras estorban, donde se acompasa el ritmo del corazón con el otro, donde los gestos trascienden todo muro, todo impedimento, toda ceguera. Jesús, ya el Cristo, había puesto una gota de eternidad en su vida y ellos descubrieron su presencia. Ya no hubo noche, ya no hubo peligros del camino, ya se terminaron las huidas, ya se desmantelaron los decorados de la muerte. El corazón se había puesto a punto, y la vida. A partir de ese camino de vuelta a la comunidad todo fue imparable.